El Choque De Civilizaciones

Samuel P. Huntington

Primera parte
UN MUNDO DE CIVILIZACIONES

Capítulo 1
LA NUEVA ERA EN LA POLÍTICA MUNDIAL

Banderas e identidad cultural

El 3 de enero de 1992 tuvo lugar una reunión de especialistas rusos y estadounidenses en el salón de actos de un edificio oficial de Moscú. Dos semanas antes la Unión Soviética había dejado de existir y la Federación Rusa se había convertido en país independiente. Como consecuencia de ello, la estatua de Lenin que antes decoraba el escenario del salón había desaparecido, y en su lugar se podía ver ahora la bandera de la Federación Rusa desplegada sobre la pared delantera. El único problema, comentó un estadounidense, era que habían colgado la bandera al revés. Después de que se les hizo notar este detalle, los anfitriones rusos enmendaron el error de forma rápida y silenciosa durante el primer descanso.

Los años que siguieron a la guerra fría fueron testigos del alborear de cambios espectaculares en las identidades de los pueblos, y en los símbolos de dichas identidades. Consiguientemente, la política global empezó a reconfigurarse en torno a lineamientos culturales. Las banderas al revés eran un signo de la transición, pero, cada vez más, ondean altas y al derecho, y tanto los rusos como otros pueblos se movilizan y caminan resueltamente tras éstos y otros símbolos de sus nuevas identidades culturales.

El 18 de abril de 1994, en Sarajevo, 2.000 personas se manifestaron agitando las banderas de Arabia Saudí y Turquía. Al hacer ondear esas enseñas, en lugar de las banderas de la ONU, la OTAN o de los Estados Unidos, estos ciudadanos de Sarajevo se identificaban con sus correligionarios musulmanes y decían al mundo quiénes eran sus auténticos amigos y quiénes no lo eran tanto.

El 16 de octubre de 1994, en Los Ángeles, 70.000 personas desfilaron bajo «un mar de banderas mexicanas» protestando contra la proposición 187, un proyecto de ley sometido a referéndum que negaba muchas prestaciones estatales a los inmigrantes ilegales y a sus hijos. ¿Por qué «van por la calle con banderas mexicanas y exigiendo que este país les dé una educación gratuita?», preguntaban los observadores. «Deberían hacer ondear la bandera estadounidense.» Dos semanas después, otros manifestantes desfilaban por las calles llevando una bandera estadounidense... al revés. Estos despliegues de banderas aseguraron la victoria a la proposición 187, que fue aprobada por el 59 % de los votantes californianos.

En el mundo de la posguerra fría, las banderas son importantes, y también otros símbolos de identidad cultural, entre ellos las cruces, las medias lunas, e incluso los modos de cubrirse la cabeza, porque la cultura tiene importancia, y la identidad cultural es lo que resulta más significativo para la mayoría de la gente. Las personas están descubriendo identidades nuevas, pero a menudo también viejas, y caminan resueltamente bajo banderas nuevas, pero con frecuencia también viejas, que conducen a guerras con enemigos nuevos, pero a menudo también viejos.

El demagogo nacionalista veneciano que aparece en la novela de Michael Dibdin, Dead Lagoon, expresaba bien una severa Weltanschauung de esta nueva era: «No puede haber verdaderos amigos sin verdaderos enemigos. A menos que odiemos lo que no somos, no podemos amar lo que somos. Estas son las viejas verdades que vamos descubriendo de nuevo dolorosamente tras más de un siglo de hipocresía sentimental. ¡Quienes las niegan niegan a su familia, su herencia, su cultura, su patrimonio y a sí mismos! No se les perdonará fácilmente». La funesta verdad de estas viejas verdades no puede ser ignorada por hombres de Estado e investigadores. Para los pueblos que buscan su identidad y reinventan la etnicidad, los enemigos son esenciales, y las enemistades potencialmente más peligrosas se darán a lo largo de las líneas de fractura existentes entre las principales civilizaciones del mundo.

El tema central de este libro es el hecho de que la cultura y las identidades culturales, que en su nivel más amplio son identidades civilizacionales, están configurando las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la posguerra fría. Las cinco partes de este libro exponen detalladamente corolarios de esta proposición principal.

Primera parte: por primera vez en la historia, la política global es a la vez multipolar y multicivilizacional; la modernización económica y social no está produciendo ni una civilización universal en sentido significativo, ni la occidentalización de las sociedades no occidentales.

Segunda parte: el equilibrio de poder entre civilizaciones está cambiando: Occidente va perdiendo influencia relativa, las civilizaciones asiáticas están aumentando su fuerza económica, militar y política, el islam experimenta una explosión demográfica de consecuencias desestabilizadoras para los países musulmanes y sus vecinos, y las civilizaciones no occidentales reafirman por lo general el valor de sus propias culturas.

Tercera parte: está surgiendo un orden mundial basado en la civilización; las sociedades que comparten afinidades culturales cooperan entre sí; los esfuerzos por hacer pasar sociedades de una civilización a otra resultan infructuosos; y los países se agrupan en torno a los Estados dirigentes o centrales de sus civilizaciones.

Cuarta parte: las pretensiones universalistas de Occidente le hacen entrar cada vez más en conflicto con otras civilizaciones, de forma más grave con el islam y China, mientras que, en el plano local, las guerras en las líneas de fractura, sobre todo entre musulmanes y no musulmanes, generan «la solidaridad de los países afines», la amenaza de escalada y, por tanto, los esfuerzos por parte de los Estados centrales para detener dichas guerras.

Quinta parte: la supervivencia de Occidente depende de que los estadounidenses reafirmen su identidad occidental y los occidentales acepten su civilización como única y no universal, así como de que se unan para renovarla y preservarla frente a los ataques procedentes de sociedades no occidentales. Evitar una guerra mundial entre civilizaciones depende de que los líderes mundiales acepten la naturaleza de la política global, con raíces en múltiples civilizaciones, y cooperen para su mantenimiento.

Un mundo multipolar y multicivilizacional

En el mundo de posguerra fría, por primera vez en la historia, la política global se ha vuelto multipolar y multicivilizacional. Durante la mayor parte de la existencia de la humanidad, los contactos entre civilizaciones fueron intermitentes o inexistentes. Después, con el comienzo de la era moderna, hacia el año 1500 d.C., la política global adoptó dos dimensiones. Durante más de cuatrocientos años, los Estados-nación de Occidente —Gran Bretaña, Francia, España, Austria, Prusia, Alemania y los Estados Unidos, entre otros— constituyeron un sistema internacional multipolar dentro de la civilización occidental, e interactuaron, compitieron y se hicieron la guerra unos a otros. Al mismo tiempo, las naciones occidentales también se expandieron, conquistando, colonizando o influyendo de forma decisiva en todas las demás civilizaciones (mapa 1.1). Durante la guerra fría, la política global se convirtió en bipolar, y el mundo quedó dividido en tres partes. Un grupo de sociedades, en su mayor parte opulentas y democráticas, encabezado por los Estados Unidos, se enzarzó en una rivalidad ideológica, política, económica y, a veces, militar generalizada con un grupo de sociedades comunistas más pobres, asociadas a la Unión Soviética y encabezadas por ella. Gran parte de este conflicto tuvo lugar fuera de estos dos campos, en el Tercer Mundo, formado por lo general por países pobres, carentes de estabilidad política, recién independizados y que se declaraban no alineados (mapa 1.2).

A finales de los años ochenta, el mundo comunista se desplomó y el sistema internacional de la guerra fría pasó a ser historia. En el mundo de la posguerra fría, las distinciones más importantes entre los pueblos no son ideológicas, políticas ni económicas; son culturales. Personas y naciones están intentando responder a la pregunta más básica que los seres humanos pueden afrontar: ¿quiénes somos? Y la están respondiendo en la forma tradicional en que los seres humanos la han contestado, haciendo referencia a las cosas más importantes para ellos. La gente se define desde el punto de vista de la genealogía, la religión, la lengua, la historia, los valores, costumbres e instituciones. Se identifican con grupos culturales: tribus, grupos étnicos, comunidades religiosas, naciones y, en el nivel más alto, civilizaciones. La gente usa la política no sólo para promover sus intereses, sino también para definir su identidad. Sabemos quiénes somos sólo cuando sabemos quiénes no somos, y con frecuencia sólo cuando sabemos contra quiénes estamos.

Los Estados-nación siguen siendo los actores principales en los asuntos mundiales. Su conducta está determinada, como en el pasado, por la búsqueda de poder y riqueza, pero también por preferencias, coincidencias y diferencias culturales. Los agrupamientos más importantes de Estados ya no son los tres bloques de la guerra fría, sino más bien las siete u ocho civilizaciones principales del mundo (mapa 1.3). Las sociedades no occidentales, particularmente en el este de Asia, están desarrollando su riqueza económica y sentando las bases de un poderío militar y una influencia política mayores. A medida que su poder y confianza en sí mismas aumentan, las sociedades no occidentales van afirmando cada vez más sus propios valores culturales y rechazan los que les «impone» Occidente. El «sistema internacional del siglo xxi», ha señalado Henry Kissinger, «...incluirá al menos seis grandes potencias —los Estados Unidos, Europa, China, Japón, Rusia y, probablemente, la India— así como multitud de países de tamaño medio y más pequeños».¹ Las seis grandes potencias de Kissinger pertenecen a cinco civilizaciones diferentes, y además hay importantes Estados islámicos cuya posición estratégica, gran número de habitantes y/o recursos petrolíferos les convierten en influyentes en los asuntos mundiales. En este nuevo mundo, la política local es la política de la etnicidad; la política global es la política de las civilizaciones. La rivalidad de las superpotencias queda sustituida por el choque de las civilizaciones.

En este nuevo mundo, los conflictos más generalizados, importantes y peligrosos no serán los que se produzcan entre clases sociales, ricos y pobres u otros grupos definidos por criterios económicos, sino los que afecten a pueblos pertenecientes a diferentes entidades culturales. Dentro de las civilizaciones tendrán lugar guerras tribales y conflictos étnicos. Sin embargo, la violencia entre Estados y grupos procedentes de civilizaciones diferentes puede aumentar e intensificarse cuando otros Estados y grupos pertenecientes a esas mismas civilizaciones acudan en apoyo de sus «países afines».2 El sangriento choque entre clanes en Somalia no supone ninguna amenaza de conflicto más amplio. El sangriento choque entre tribus en Ruanda tiene consecuencias para Uganda, Zaire y Burundi, pero no mucho más. Los choques sangrientos entre civilizaciones en Bosnia, el Cáucaso, Asia Central o Cachemira se podrían convertir en grandes guerras. En los conflictos yugoslavos, Rusia proporcionó apoyo diplomático a los serbios, y Arabia Saudí, Turquía, Irán y Libia aportaron dinero y armas a los bosnios, no por razones ideológicas, de política de influencia o de interés económico, sino debido a su parentesco cultural. «Los conflictos culturales», ha observado Vaclav Havel, «van en aumento y son más peligrosos hoy que en cualquier otro momento de la historia», y Jacques Delors coincidía en que «los futuros conflictos estarán provocados por factores culturales, más que económicos o ideológicos».3 Y los conflictos culturales más peligrosos son los que se producen a lo largo de las líneas divisorias existentes entre las civilizaciones.

En el mundo de posguerra fría, la cultura es a la vez una fuerza divisiva y unificadora. Gentes separadas por la ideología pero unidas por la cultura se juntan, como hicieron las dos Alemanias y como están comenzando a hacer las dos Coreas y las diversas Chinas. Las sociedades unidas por la ideología o las circunstancias históricas, pero divididas por la civilización, o se deshacen (como la Unión Soviética, Yugoslavia y Bosnia) o están sometidas a una gran tensión, como es el caso de Ucrania, Nigeria, Sudán, India, Sri Lanka y muchas otras. Los países con afinidades culturales colaboran económica y políticamente. Las organizaciones internacionales formadas por Estados culturalmente coincidentes, tales como la Unión Europea, tienen mucho más éxito que las que intentan ir más allá de las culturas. Durante cuarenta y cinco años, el telón de acero fue la línea de fractura fundamental en Europa. Esa línea se ha desplazado varios cientos de kilómetros hacia el este. Ahora es la línea que separa a los pueblos cristianos occidentales, por un lado, de los pueblos musulmanes y ortodoxos, por el otro. Durante la guerra fría, países culturalmente pertenecientes a Occidente, como Austria, Suecia y Finlandia, tuvieron que ser neutrales y quedar separados de Occidente. En la nueva era, se están agregando a sus parientes culturales en la Unión Europea, y Polonia, Hungría y la República Checa siguen su ejemplo.

Los presupuestos filosóficos, valores subyacentes, relaciones sociales, costumbres y puntos de vista globales sobre la vida varían de forma significativa de una civilización a otra. La revitalización de la religión en gran parte del mundo está reforzando estas diferencias culturales. Las culturas pueden cambiar, y la naturaleza de su influencia en la política y la economía puede variar de un período a otro. Sin embargo, las diferencias importantes entre civilizaciones en materia de desarrollo político y económico están claramente enraizadas en sus diferentes culturas. El éxito económico del este de Asia se origina en la cultura del este asiático, lo mismo que las dificultades que los países de esa parte del mundo han tenido para alcanzar sistemas políticos democráticos y estables. La cultura islámica explica en gran medida la incapacidad de la democracia para abrirse paso en buena parte del mundo musulmán. Las nuevas circunstancias de las sociedades poscomunistas de Europa Oriental y de la antigua Unión Soviética están configuradas por su identidad, marcada a su vez por una civilización. Las que cuentan con herencias cristianas occidentales están progresando hacia el desarrollo económico y una política democrática; las perspectivas de avance económico y político en los países ortodoxos son inciertas; en las repúblicas musulmanas, dichas perspectivas no son nada prometedoras.

Occidente es y seguirá siendo en los años venideros la civilización más poderosa. Sin embargo, su poder está declinando con respecto al de otras civilizaciones. Mientras Occidente intenta afirmar sus valores y defender sus intereses, las sociedades no occidentales han de elegir. Unas intentan emular a Occidente y unirse a él o «subirse a su carro». Otras sociedades, confucianas e islámicas, intentan expandir su propio poder económico y militar para resistir a Occidente y «hacer de contrapeso» frente a él. Así, un eje fundamental del mundo de la posguerra fría es la interacción del poder y la cultura occidentales con el poder y la cultura de las civilizaciones no occidentales.

En resumen, el mundo la posguerra fría es un mundo con siete u ocho grandes civilizaciones. Las coincidencias y diferencias culturales configuran los intereses, antagonismos y asociaciones de los Estados. Los países más importantes del mundo proceden en su gran mayoría de civilizaciones diferentes. Los conflictos locales con mayores probabilidades de convertirse en guerras más amplias son los existentes entre grupos y Estados procedentes de civilizaciones diferentes. Los modelos predominantes de desarrollo político y económico difieren de una civilización a otra. Las cuestiones clave de la agenda internacional conllevan diferencias entre civilizaciones. El poder se está desplazando, de Occidente, predominante durante largo tiempo, a las civilizaciones no occidentales. La política global se ha vuelto multipolar y multicivilizacional.

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