El Choque De Civilizaciones

Samuel P. Huntington

Capítulo 11

EL DINAMISMO DE LAS GUERRAS DE LÍNEA DE FRACTURA

Identidad: el auge de la conciencia de civilización

Las guerras de línea de fractura pasan por procesos de intensificación, expansión, contención, interrupción y, raramente, resolución. Dichos procesos comienzan habitualmente de forma secuencial, pero con frecuencia también se solapan y se pueden repetir. Una vez iniciadas, las guerras de línea de fractura, como otros conflictos colectivos, tienden a cobrar vida propia y a seguir un modelo de acción-reacción. Las identidades que anteriormente habían sido múltiples y someras pasan a ser concentradas y reforzadas: los conflictos colectivos se denominan acertadamente «guerras identitarias».1 A medida que la violencia aumenta, las cuestiones iniciales en juego tienden a ser redefinidas más exclusivamente como «nosotros» contra «ellos», y la cohesión y el compromiso de grupo aumentan. Los líderes políticos extienden y profundizan sus llamamientos a las lealtades étnicas y religiosas, y la conciencia de civilización se fortalece en relación con otras identidades. Surge una «dinámica de odio», comparable al «dilema de la seguridad» en las relaciones internacionales, en el que los temores, desconfianza y odio mutuos se alimentan entre sí.2 Cada bando exagera y magnifica la distinción entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, y al final intenta transformarla en la distinción última entre los vivos y los muertos.

A medida que las revoluciones se desarrollan, los moderados, girondinos y mencheviques pierden en favor de los radicales, jacobinos y bolcheviques. Un proceso semejante tiende a producirse en las guerras de línea de fractura. Los moderados con objetivos más limitados, como la autonomía en lugar de la independencia, no alcanzan dichos objetivos mediante la negociación, que casi siempre falla al principio, y se ven complementados o sustituidos por radicales empeñados en alcanzar metas más extremas mediante la violencia. En el conflicto musulmán-filipino, el principal grupo insurgente, el Frente de Liberación Nacional fue primero complementado por el Frente Islámico de Liberación, que tenía una postura más radical, y después por el Abu Sayyaf, que era todavía más extremista y rechazaba los altos el fuego que otros grupos negociaban con el gobierno filipino. En Sudán, durante los años ochenta, el gobierno adoptó posturas islamistas cada vez más radicales, y a principios de los noventa la sublevación cristiana se dividió con un nuevo grupo, el Movimiento por la Independencia del Sur de Sudán, que abogaba por la independencia y no por la simple autonomía. En el conflicto aún en curso entre israelíes y árabes, cuando la Organización para la Liberación de Palestina, moderada, entabló negociaciones con el gobierno israelí, la organización Hamas de la Hermandad Musulmana intentó arrebatarle la lealtad de los palestinos. Simultáneamente, la entrada del gobierno israelí en negociaciones generó protestas y violencia de grupos religiosos extremistas de Israel. Cuando el conflicto checheno con Rusia se intensificó en 1992-1993, el gobierno Dudayev pasó a estar dominado por «las facciones más radicales de los nacionalistas chechenos, contrarios a cualquier acuerdo con Moscú, y las fuerzas más moderadas se vieron impelidas a la oposición». En Tadzjikistán se produjo un cambio parecido. «Cuando el conflicto se intensificó durante 1992, los grupos demócratas nacionalistas tadzjikistaníes fueron poco a poco perdiendo influencia frente a grupos islamistas que tenían más éxito a la hora de movilizar a los pobres rurales y a los jóvenes urbanos desafectos. Además, el mensaje islamista se fue radicalizando progresivamente, a medida que surgieron líderes más jóvenes que cuestionaban a la jerarquía religiosa tradicional y más pragmática.» «Estoy cerrando el diccionario de la diplomacia», decía un líder tadzjikistaní, «estoy empezando a hablar la lengua del campo de batalla, que es la única lengua adecuada, dada la situación creada por Rusia en mi patria.»3 En Bosnia, dentro del musulmán Partido de Acción Democrática, la facción nacionalista más extrema encabezada por Alija Izetbegovic adquirió más influencia que la facción más tolerante, de orientación multicultural, dirigida por Haris Silajdzic.4

La victoria de los extremistas no es necesariamente permanente. La violencia extremista no tiene más posibilidades de poner fin a una guerra de línea de fractura que el compromiso moderado. A medida que los costos en muerte y destrucción aumentan, sin sacar provecho de ellos, es posible que en cada bando reaparezcan los moderados, señalando de nuevo el «absurdo» de todo ello e instando a otro intento de ponerle fin de forma negociada.

En el curso de la guerra, muchas identidades se desvanecen, y la identidad más significativa en relación con el conflicto pasa a ser dominante. Dicha identidad casi siempre está definida por la religión. Psicológicamente, la religión proporciona la justificación más alentadora y sustentante para la lucha contra fuerzas «ateas» consideradas amenazadoras. En la práctica, su colectividad religiosa o de civilización es la más amplia en la que el grupo local implicado en el conflicto puede pedir ayuda. Si en una guerra local entre dos tribus africanas, una tribu se puede definir como musulmana y la otra como cristiana, la primera puede contar con el aliento del dinero saudí, los muyahidin afganos y las armas y asesores militares iraníes, mientras que la segunda puede buscar la ayuda económica y humanitaria occidental y el apoyo político y diplomático de los gobiernos occidentales. A menos que un grupo pueda hacer lo que hicieron los musulmanes bosnios y presentarse de forma convincente como víctima de un genocidio y, de ese modo, ganarse el apoyo de Occidente, sólo puede esperar recibir asistencia significativa de sus parientes civilizatorios, y, excepto en el caso de los musulmanes bosnios, eso ha sido lo habitual. Las guerras de línea de fractura son por definición guerras locales entre grupos locales con conexiones más amplias, y, por tanto, fomentan las identidades de civilización entre quienes participan en ellas.

El reforzamiento de las identidades de civilización se ha producido entre los implicados en guerras de línea de fractura procedentes de otras civilizaciones, pero fue particularmente frecuente entre los musulmanes. Una guerra de línea de fractura puede tener su origen en conflictos de familia, de clan o de tribu, pero, debido a que las identidades en el mundo musulmán tienden a adoptar la forma de U, a medida que la lucha avanza los contendientes musulmanes rápidamente procuran ampliar su identidad y apelar a todo el islam. Incluso un laico antifundamentalista como Saddam Hussein, cuando entra en conflicto con Occidente adopta rápidamente una identidad musulmana e intenta conseguir el apoyo de toda la ummah. El gobierno azerbaiyano, decía un occidental, jugó igualmente «la baza islámica». En Tadzjikistán, en una guerra que comenzó como un conflicto regional, los insurgentes cada vez definen más su causa como la causa del islam. En las guerras decimonónicas entre los pueblos del Cáucaso norte y los rusos, Shamil se llamó a sí mismo «islamista» y unió a docenas de grupos étnicos y lingüísticos «sobre la base del islam y la resistencia a la conquista rusa». En los años noventa de este siglo, Dudayev se aprovechó del Resurgimiento islámico que había tenido lugar en el Cáucaso en los años ochenta para seguir una estrategia parecida. Fue apoyado por clérigos musulmanes y facciones islamistas, juró su cargo sobre el Corán (igual que Yeltsin juró el suyo sobre la Biblia), y en 1994 propuso que Chechenia se convirtiera en un Estado islámico gobernado por la shari'a. Las tropas chechenas vestían pañuelos verdes «donde aparecía escrita de modo llamativo la palabra "Gavazat", guerra santa en checheno», y gritaban «Allahu Akbar» cuando partían para la batalla.5 De manera parecida, la definición que de sí mismos daban los musulmanes de Cachemira pasó, de una identidad regional que abarcaba a musulmanes, hinduistas y budistas, o de una identificación con el laicismo indio, a una tercera identidad traducida en «el ascenso del nacionalismo musulmán en Cachemira y la difusión de valores fundamentalistas islámicos supranacionales, lo que hacía a los musulmanes cachemires sentirse parte tanto del Paquistán islámico como del mundo islámico en general». La sublevación de 1989 contra la India fue dirigida al principio por una organización «relativamente laica», apoyada por el gobierno paquistaní. El apoyo de Paquistán pasó después a grupos fundamentalistas islámicos, que se hicieron dominantes. Estos grupos tenían entre sus filas «insurgentes incondicionales» que parecían «empeñados en continuar la yihad por su cuenta, fueran cuales fueran las esperanzas y los resultados». Otro observador informaba: «Los sentimientos nacionalistas han sido potenciados por las diferencias religiosas; el ascenso a escala mundial de la exaltación islámica ha dado ánimos a los insurgentes cachemires y ha debilitado la tradición de tolerancia hinduista-musulmana de Cachemira».6

En Bosnia se produjo un ascenso espectacular de las identidades enraizadas en la civilización, particularmente dentro de la colectividad musulmana. Históricamente, las identidades colectivas en Bosnia no habían sido fuertes; serbios, croatas y musulmanes convivían pacíficamente como vecinos; los matrimonios entre los tres grupos eran algo común; las identificaciones religiosas eran débiles. Se decía que los musulmanes eran bosnios que no iban a la mezquita, los croatas eran bosnios que no iban a la catedral y los serbios eran bosnios que no iban a la iglesia ortodoxa. Sin embargo, una vez que la identidad yugoslava, más amplia, se vino abajo, estas identidades religiosas indiferentes cobraron nueva actualidad y, una vez que comenzó la lucha, se intensificaron. El sistema de colectividades plurales se esfumó, y cada grupo se fue identificando cada vez más con su colectividad cultural más amplia y definiéndose desde un punto de vista religioso. Los serbo-bosnios se convirtieron en nacionalistas serbios radicales, identificándose con la Gran Serbia, la Iglesia ortodoxa serbia y la colectividad ortodoxa más amplia. Los croato-bosnios fueron los nacionalistas croatas más fervientes, se consideraron ciudadanos de Croacia, subrayaron su catolicismo y, junto con los croatas de Croacia, su identidad con el Occidente católico.

El desplazamiento de los musulmanes hacia la conciencia de civilización fue aún más marcado. Hasta que la guerra estuvo en marcha, los musulmanes bosnios eran muy laicos en sus opiniones, se consideraban europeos y eran los partidarios más acérrimos de una sociedad y un Estado bosnios multiculturales. Sin embargo, esto comenzó a cambiar cuando Yugoslavia se desmembró. Como los croatas y serbios, en las elecciones de 1990, los musulmanes rechazaron los partidos que agrupaban una pluralidad de colectividades, votando mayoritariamente al musulmán Partido de Acción Democrática liderado por Izetbegovic. Éste es un musulmán practicante, el gobierno comunista lo tuvo encarcelado por su activismo islámico, y en un libro, La declaración islámica, publicado en 1970, defiende «la incompatibilidad del islam con los sistemas no islámicos. No puede haber ni paz ni coexistencia entre la religión islámica y las instituciones sociales y políticas no islámicas». Cuando el movimiento islámico sea lo bastante fuerte, debe tomar el poder y crear una república islámica. En este nuevo Estado, es particularmente importante que la educación y los medios de comunicación «estén en manos de personas cuya autoridad islámica moral e intelectual sea incuestionable».7

Cuando Bosnia se independizó, Izetbegovic promovió un Estado multiétnico, en el que los musulmanes serían el grupo dominante, aunque falto de mayoría. Sin embargo no se resistió a la islamización de su país producida por la guerra. Nunca se retractó públicamente de lo que había escrito en La declaración islámica, que despertaba el temor de los no musulmanes. Conforme la guerra se prolongaba, serbios y croatas bosnios se marcharon de las zonas controladas por el gobierno bosnio, y los que se quedaron se vieron poco a poco excluidos de los puestos de trabajo deseables y de la participación en las instituciones sociales. «El islam cobró mayor importancia dentro de la colectividad nacional musulmana, y... una fuerte identidad nacional musulmana llegó a ser parte de la política y la religión.» El nacionalismo musulmán, en contraste con el nacionalismo multicultural bosnio, se expresaba cada vez más en los medios de comunicación. La enseñanza religiosa aumentó en las escuelas y los nuevos libros de texto insistían en los beneficios del dominio otomano. La lengua bosnia se fomentó como distinta del serbo-croata, y cada vez se incorporaban a ella más palabras turcas y árabes. Las autoridades estatales atacaban los matrimonios mixtos y la emisión de música «agresora» o serbia. El gobierno alentaba la religión islámica y daba preferencia a los musulmanes en contratos y promociones. Algo muy importante: el ejército bosnio fue islamizado, de modo que en 1995 los musulmanes constituían ya más del 90 % de su personal. Cada vez más unidades del ejército se identificaban con el islam, se dedicaban a prácticas islámicas y hacían uso de símbolos musulmanes; las unidades de elite eran las más plenamente islamizadas y las que más aumentaron en número. Esta tendencia motivó la protesta de cinco miembros de la presidencia bosnia (entre ellos dos croatas y dos serbios) ante Izetbegovic, que la rechazó, y también provocó, en 1995, la dimisión del Primer ministro, de tendencia multiculturalista, Haris Silajdzic.8

Políticamente, el partido musulmán de Izetbegovic extendió su control sobre el Estado y la sociedad bosnios. En 1995, dominaba ya «el ejército, el cuerpo de funcionarios estatales y las empresas públicas». «A los musulmanes que no pertenecen al partido», decían las informaciones, «por no hablar ya de los no musulmanes, les resulta difícil encontrar trabajos decentes.» El partido, era la acusación de sus críticos, se había «convertido en el vehículo de un autoritarismo islámico marcado por los hábitos del gobierno comunista».9 En conjunto, informaba otro observador,

el nacionalismo musulmán se está haciendo más extremista. Ya no tiene en cuenta otras sensibilidades nacionales; es propiedad, privilegio e instrumento político de la nación musulmana que predomina desde hace poco...

El principal resultado de este nuevo nacionalismo musulmán es un movimiento hacia la homogeneización nacional...

Cada vez más, el fundamentalismo religioso islámico está también aumentando su dominio a la hora de determinar los intereses nacionales musulmanes.10

La intensificación de la identidad religiosa producida por la guerra y la limpieza étnica, las preferencias de sus líderes y el apoyo y presión de otros Estados musulmanes fueron transformando Bosnia lenta, pero claramente, de la Suiza de los Balcanes en el Irán de los Balcanes.

Psicológica y pragmáticamente, cada bando tiene motivaciones, no sólo para subrayar su propia identidad enraizada en una civilización, sino también la del otro bando. En su guerra local, no se considera simplemente en lucha con otro grupo étnico local, sino con otra civilización. Así, la amenaza queda magnificada y realzada por los recursos de una civilización importante, y la derrota tiene consecuencias, no sólo para sí mismo, sino para toda la civilización de la que forma parte. De ahí la necesidad urgente de que su civilización se solidarice con él en el conflicto. La guerra local acaba redefinida como una guerra de religiones, un choque de civilizaciones, cargado de consecuencias para importantes sectores del género humano. A principios de los años noventa, cuando la religión y la Iglesia ortodoxas volvieron a ser elementos centrales de la identidad nacional rusa (lo que «excluía otras confesiones rusas, de las cuales la más importante es el islam»)11 los rusos consideraron beneficioso para sus intereses definir la guerra entre clanes y regiones en Tadzjikistán y la guerra con Chechenia como episodios de un choque más amplio, que se remontaba siglos atrás, entre la ortodoxia y el islam, con sus rivales locales a la sazón comprometidos con el fundamentalismo y la yihad islámicos, y delegados de Islamabad, Teherán, Riad y Ankara.

En la antigua Yugoslavia, los croatas se consideran los intrépidos guardianes fronterizos de Occidente contra el violento ataque de la ortodoxia y el islam. Los serbios definen a sus enemigos no simplemente como croatas y musulmanes bosnios, sino como «el Vaticano» y como «fundamentalistas islámicos» y «turcos infames» que han estado amenazando a la cristiandad durante siglos. «Karadzic», decía un diplomático occidental del líder serbo-bosnio, «ve esto como la guerra antiimperialista en Europa. Habla de que tiene la misión de erradicar los últimos vestigios del imperio turco otomano en Europa.»12 Los musulmanes bosnios, a su vez, se identifican como las víctimas de un genocidio, ignorado por Occidente debido a su religión y merecedor, por tanto, del apoyo del mundo musulmán. Así, todas las partes implicadas en las guerras yugoslavas, y la mayoría de los observadores exteriores presentes en ellas, llegaron a verlas como guerras religiosas o étnico-religiosas. El conflicto, señalaba Misha Glenny, «asumía cada vez más las características de una lucha religiosa, definida por tres grandes credos europeos —catolicismo, ortodoxia oriental e islam—, el detrito confesional de los imperios cuyas fronteras colisionaban en Bosnia».13

La interpretación de las guerras de línea de fractura como choques de civilizaciones dio también nueva vida a la teoría del dominó de la reacción en cadena que había existido durante la guerra fría. Pero ahora eran los principales Estados de esas civilizaciones los que veían la necesidad de impedir la derrota en un conflicto local, derrota que podía desencadenar una serie de pérdidas cada vez mayores y conducir al desastre. La postura dura del gobierno indio en Cachemira se debía en parte al temor de que su pérdida estimulara a otras minorías étnicas y religiosas a presionar en favor de la independencia, y con ello condujera a la disgregación de la India. Si Rusia no acababa con la violencia política en Tadzjikistán, advertía el ministro de Asuntos Exteriores Kozyrev, era probable que ésta se extendiera a Kirguizistán y Uzbekistán. Esto, se decía, podía fomentar después movimientos secesionistas en las repúblicas musulmanas de la Federación Rusa, y había quien indicaba que el resultado final podría ser la llegada del fundamentalismo islámico a la Plaza Roja. De ahí que la frontera afgano-tadzjikistaní, decía Yeltsin, sea «en realidad, la de Rusia». Los europeos, a su vez, expresaban su inquietud ante el hecho de que el establecimiento de un Estado musulmán en la antigua Yugoslavia creara una base para la difusión de inmigrantes musulmanes y del fundamentalismo islámico, reforzando lo que Jacques Chirac denominaba les odeurs d'islam en Europa.14 La frontera de Croacia es, en realidad, la de Europa.

A medida que una guerra de línea de fractura se intensifica, cada bando «demoniza» a sus adversarios, presentándolos a menudo como subhumanos, legitimando con ello su eliminación. «A los perros rabiosos hay que pegarles un tiro», decía Yeltsin refiriéndose a las guerrillas chechenas. «A esos malcriados hay que pegarles un tiro... y se lo pegaremos», dijo el general indonesio Try Sutrisno refiriéndose a la masacre de los timoreses orientales en 1991. Los demonios del pasado resucitan en el presente: los croatas se convierten en ustashe; los musulmanes, en «turcos»; y los serbios, en chetniks. El asesinato en masa, la tortura, la violación y la expulsión brutal de civiles, todo resulta justificable cuando el odio colectivo se alimenta del odio colectivo. Los símbolos y objetos centrales de la cultura rival se convierten en blancos. Los serbios destruyeron sistemáticamente mezquitas y monasterios franciscanos, mientras que los croatas volaron monasterios ortodoxos. Como depósitos de la cultura, los museos y bibliotecas son vulnerables, y las fuerzas de seguridad cingalesas quemaron la biblioteca pública de Jaffna, destruyendo «documentos literarios e históricos irreemplazables» relacionados con la cultura tamil, y los artilleros serbios bombardearon y destruyeron el Museo Nacional de Sarajevo. Los serbios limpiaron la ciudad bosnia de Zvornik de sus 40.000 musulmanes y plantaron una cruz en el lugar de la torre otomana que acababan de volar y que había reemplazado a la iglesia ortodoxa arrasada por los turcos en 1463.15 En las guerras entre culturas, la cultura pierde.

A la búsqueda de solidaridad civilizatoria:
países y diásporas emparentados

Durante los cuarenta años de la guerra fría, el conflicto caló hondamente, ya que las superpotencias intentaban reclutar aliados y socios, y subvertir, convertir o neutralizar a los aliados y socios de la otra superpotencia. Por supuesto, la rivalidad era muy intensa en el Tercer Mundo, pues los Estados nuevos y débiles eran presionados por las superpotencias para que se sumaran a la gran contienda planetaria. En el mundo de posguerra fría, los múltiples conflictos colectivos han reemplazado al conflicto único de superpotencias. Cuando estos conflictos colectivos afectan a grupos de diferentes civilizaciones, tienden a extenderse e intensificarse. A medida que el conflicto se hace más intenso, cada bando intenta conseguir el apoyo de los países y grupos pertenecientes a su civilización. Dicho apoyo, de una forma u otra, oficial o no oficial, abierto o encubierto, material, humano, diplomático, financiero, simbólico o militar, siempre procede de uno o más países o grupos emparentados. Cuanto más se prolongue un conflicto de línea de fractura, más países emparentados pueden verse desempeñando papeles de apoyo, coacción y mediación. Como resultado de este «síndrome de país emparentado», los conflictos de línea de fractura tienen un potencial mucho más alto para la intensificación que los conflictos dentro de una civilización, por lo que habitualmente requieren cooperación entre las diversas civilizaciones para contenerlos y acabar con ellos. En contraste con la guerra fría, el conflicto no fluye de arriba abajo, sino que bulle de abajo arriba.

Los Estados y grupos presentan diferentes niveles de implicación en las guerras de línea de fractura. En el nivel primario están las facciones que realmente luchan y se matan entre sí. Éstas pueden ser Estados, como en las guerras entre la India y Paquistán, y entre Israel y sus vecinos, pero también pueden ser grupos locales, que no son Estados sino, en el mejor de los casos, Estados embrionarios, como fue el caso de Bosnia y de los armenios de Nagorno-Karabaj. Estos conflictos pueden afectar a implicados de nivel secundario, habitualmente Estados relacionados de forma directa con las facciones principales, tales como los gobiernos de Serbia y Croacia en la antigua Yugoslavia, y los de Armenia y Azerbaiyán en el Cáucaso. Todavía más remotamente conectados con el conflicto están los Estados terciarios, más alejados de la lucha real, pero que tienen vínculos de civilización con los implicados; ejemplos son Alemania, Rusia y los Estados islámicos con respecto a la antigua Yugoslavia, y Rusia, Turquía e Irán en el caso de la disputa armenio-azerbaiyana. Estos actores de nivel terciario a menudo son los Estados centrales de sus civilizaciones. Donde existen, las diásporas de los implicados de nivel primario también desempeñan un papel en las guerras de línea de fractura. Dado el reducido número de personas y de armas que normalmente se ve envuelto a nivel primario, a menudo cantidades relativamente modestas de ayuda externa, ya sea en forma de dinero, armas o voluntarios, pueden tener un impacto significativo en el resultado de la guerra.

Los intereses en juego de las demás partes implicadas en el conflicto no son los mismos que los de quienes combaten en el nivel primario. Dado el pequeño número de gente y de armas que habitualmente hay por medio en el nivel primario, las cantidades relativamente modestas de ayuda exterior, en forma de dinero, armas o voluntarios, a menudo pueden tener un efecto decisivo en el resultado de la guerra: El apoyo más ferviente e incondicional a las facciones de nivel primario normalmente procede de los grupos de la diáspora que se identifican profundamente con la causa de su pariente y resultan «más papistas que el Papa». Los intereses de los gobiernos de nivel secundario y terciario son más complicados. Habitualmente también ellos proporcionan apoyo a los implicados de nivel primario, y, aun cuando no lo brinden, para los grupos rivales son sospechosos de hacerlo, lo cual justifica el que éstos apoyen a su pariente. Pero, además, los gobiernos de nivel secundario y terciario tienen interés en contener la lucha y en no implicarse directamente. De ahí que, aunque apoyan a los combatientes de nivel primario, también intentan refrenarlos e inducirlos a moderar sus objetivos. Habitualmente, también intentan negociar con sus homólogos de nivel secundario y terciario del otro lado de la línea de fractura, y así impiden que una guerra local se extienda, convirtiéndose en una guerra más amplia que envuelva a los Estados centrales. La figura 11.1 esboza las relaciones de estos grupos potencialmente implicados en guerras de línea de fractura. No todas las guerras de este tipo cuentan con todos y cada uno de los posibles implicados, pero varias sí, entre ellas las de la antigua Yugoslavia y Transcaucasia, y casi cualquier guerra de línea de fractura podría extenderse hasta afectar a todos los niveles de implicados.

De un modo u otro, las diásporas y los países emparentados se han visto envueltos en todas las guerras de línea de fractura de los años noventa. Dado el frecuente papel básico de los grupos musulmanes en tales guerras, los gobiernos y asociaciones musulmanes son los implicados secundarios y terciarios más habituales. Los más activos han sido los gobiernos de Arabia Saudí, Paquistán, Irán, Turquía y Libia, que juntos, a veces con otros Estados musulmanes, han brindado diversos grados de apoyo a los musulmanes que combaten a no musulmanes en Palestina, Líbano, Bosnia, Chechenia y Transcaucasia, Tadzjikistán, Cachemira, Sudán y Filipinas. Además del apoyo gubernamental, muchos grupos musulmanes de nivel primario se han visto reforzados por la flotante internacional islamista de combatientes de la guerra de Afganistán, que ha intervenido en conflictos que van, desde la guerra civil en Argelia, a Chechenia y Filipinas. Esta internacional islamista estaba implicada, señalaba un analista, en el «envío de voluntarios con el fin de establecer un dominio islamista en Afganistán, Cachemira y Bosnia; en guerras conjuntas de propaganda contra gobiernos contrarios a los islamistas en cualquier país; en el establecimiento de centros islámicos en la diáspora que sirvan como sede política común a todos estos grupos».16 La Liga Árabe y la Organización de la Conferencia Islámica también han proporcionado apoyo a sus miembros y han intentado coordinar su esfuerzos a la hora de reforzar a los grupos musulmanes en los conflictos entre civilizaciones.

La Unión Soviética fue combatiente primario en la guerra de Afganistán, y, en los años posteriores a la guerra fría, Rusia ha sido combatiente primario en la guerra chechena, implicado secundario en la lucha en Tadzjikistán y terciario en las guerras de la antigua Yugoslavia. La India ha tenido una intervención primaria en Cachemira y otra secundaria en Sri Lanka. Los principales Estados occidentales han sido implicados terciarios en las contiendas yugoslavas. Las diásporas han desempeñado papeles importantes para ambos bandos en las prolongadas luchas entre israelíes y palestinos, y también apoyando a armenios, griegos y chechenos en sus conflictos. Mediante la televisión, el fax y el correo electrónico, «las adhesiones de las diásporas reciben un vigor nuevo, y a veces quedan polarizadas por un contacto constante con su antiguo hogar; "antiguo" ya no significa lo mismo que antes».17

En la guerra cachemir, Paquistán brindó apoyo diplomático y político a los insurgentes y, según fuentes militares paquistaníes, cantidades importantes de dinero y armas, así como adiestramiento, apoyo logístico y refugio. Además trató de influir en otros gobiernos musulmanes en favor de ellos. Según algunas informaciones, «en 1995 los insurgentes contaban ya con el refuerzo de al menos 1.200 combatientes muyahidin de Afganistán, Tadzjikistán y Sudán equipados con los misiles Stinger y otras armas que los estadounidenses les habían suministrado para su guerra contra la Unión Soviética».18 La sublevación de los moros en Filipinas se aprovechó durante un tiempo de fondos y equipamiento suministrados por Malaisia; los gobiernos árabes proporcionaron financiación adicional; varios miles de insurgentes fueron adiestrados en Libia; y el grupo insurgente extremista, Abu Sayyaf, fue organizado por fundamentalistas paquistaníes y afganos.19 En África, Sudán ayudó de forma constante a los rebeldes musulmanes eritreos que luchaban contra Etiopía, y en represalia Etiopía suministró «apoyo logístico y refugio» a los «cristianos rebeldes» que luchaban contra Sudán. Estos últimos también recibieron ayuda del mismo tipo de Uganda, ayuda con la que este país expresaba en cierto modo sus «fuertes vínculos religiosos, raciales y étnicos con los rebeldes sudaneses». El gobierno sudanés, por otro lado, recibió de Irán 300 millones de dólares en armas chinas y adiestramiento a cargo de asesores militares iraníes, lo que le posibilitó el lanzar una gran ofensiva contra los rebeldes en 1992. Varias organizaciones cristianas occidentales proporcionaron a los rebeldes cristianos comida, medicinas, suministros y, según el gobierno sudanés, armas.20

FIGURA 11.1. Estructura de una guerra de fractura compleja.

En la guerra de Sri Lanka entre los insurgentes tamiles hinduistas y el gobierno cingalés budista, el gobierno indio al principio proporcionó apoyo considerable a los insurgentes, adiestrándolos en el sur de la India y dándoles armas y dinero. En 1987, cuando las fuerzas gubernamentales de Sri Lanka estuvieron a punto de derrotar a los «tigres» tamiles, la opinión pública india se alzó contra este «genocidio», y el gobierno indio estableció un puente aéreo para enviar comida a los tamiles, «con lo que en realidad indicaba [al presidente] Jayewardene que la India pretendía impedirle aplastar a los «tigres» por la fuerza».21 Los gobiernos de la India y Sri Lanka alcanzaron entonces un acuerdo: Sri Lanka concedería un grado considerable de autonomía a las regiones tamiles, y los insurgentes entregarían sus armas al ejército indio. La India desplegó 50.000 soldados en la isla para asegurar el cumplimiento del acuerdo, pero los «tigres» se negaron a entregar sus armas, y el ejército indio pronto se vio envuelto en una guerra con las fuerzas guerrilleras a las que antes habían apoyado. Las fuerzas indias empezaron a retirarse en 1988. En 1991, el Primer ministro indio, Rajiv Gandhi, fue asesinado, según los indios, por un partidario de los insurgentes tamiles, y la actitud del gobierno indio con respecto a la sublevación se hizo cada vez más hostil. Sin embargo, el gobierno no pudo impedir la simpatía y el apoyo a los insurgentes entre los 50 millones de tamiles del sur de la India. Haciéndose eco de esta actitud, las autoridades del gobierno de Nadu, tamil, desafiando a Nueva Delhi, permitieron a los «tigres» tamiles operar en su Estado con «acceso prácticamente libre» a sus 800 kilómetros de costa y enviar suministros y armas a través del estrecho de Palk a los insurgentes de Sri Lanka.22

A partir de 1979, los soviéticos y después los rusos entablaron tres importantes guerras de línea de fractura con sus vecinos musulmanes del sur: la guerra afgana de 1979-1989; su continuación, la guerra de Tadzjikistán, que comenzó en 1992; y la guerra chechena, que comenzó en 1994. Con el hundimiento de la Unión Soviética, en Tadzjikistán accedió al poder un gobierno sucesorio comunista. Este gobierno fue atacado en la primavera de 1992 por una oposición compuesta por grupos regionales y étnicos rivales, entre los que había tanto laicistas como islamistas. Esta oposición, reforzada por armas procedentes de Afganistán, expulsó al gobierno proruso de la capital, Dushanbe, en septiembre de 1992. Los gobiernos ruso y uzbekistaní reaccionaron enérgicamente, advirtiendo de la difusión del fundamentalismo islámico. La división 201a de fusilería motorizada rusa, que había permanecido en Tadzjikistán, proporcionó armas a las fuerzas progubernamentales, y Rusia envió más tropas a custodiar la frontera con Afganistán. En noviembre de 1992, Rusia, Uzbekistán, Kazajstán y Kirguizistán acordaron una intervención militar rusa y uzbeka encaminada aparentemente a mantener la paz, pero cuya finalidad real era participar en la guerra. Con este apoyo, más armas y dinero rusos, las fuerzas del antiguo gobierno fueron capaces de reconquistar Dushanbe y controlar gran parte del país. A esto siguió un proceso de limpieza étnica, y los refugiados y soldados de oposición se retiraron a Afganistán.

Los gobiernos musulmanes de Oriente Próximo y Medio protestaron por la intervención militar rusa. Irán, Paquistán y Afganistán apoyaron a la creciente oposición islamista con dinero, armas y adiestramiento. Según algunas informaciones, en 1993 varios miles de combatientes estaban siendo entrenados por los muyahidin afganos, y en la primavera y verano de 1993, los insurgentes tadzjikistaníes lanzaron varios ataques cruzando la frontera desde Afganistán y matando a varios guardias fronterizos rusos. Rusia reaccionó desplegando más tropas en Tadzjikistán y lanzando una cortina de fuego «de artillería y mortero en gran escala» y ataques aéreos contra objetivos en Afganistán. Sin embargo, los gobiernos árabes suministraron a los insurgentes fondos para adquirir misiles Stinger para neutralizar la aviación. En 1995, Rusia había desplegado ya unos 25.000 soldados en Tadzjikistán y proporcionaba bastante más de la mitad de la financiación necesaria para apoyar a su gobierno. Los insurgentes, por otro lado, eran apoyados activamente por el gobierno afgano y otros Estados musulmanes. Como señalaba Barnett Rubin, el fracaso de los organismos internacionales o de Occidente en proporcionar una ayuda significativa a Tadzjikistán o a Afganistán hizo al primero totalmente dependiente de los rusos y al segundo dependiente de sus parientes de civilización musulmanes. «Cualquier caudillo afgano que actualmente espere ayuda extranjera debe, o plegarse a los deseos de los proveedores de fondos árabes y paquistaníes que desean extender la yihad a Asia Central, o entrar en el tráfico de drogas.»23

La tercera guerra antimusulmana de Rusia, en el Cáucaso norte con los chechenos, tuvo un prólogo en la lucha en 1992-1993 entre los osetianos ortodoxos y sus vecinos los ingush musulmanes. Estos últimos, junto con los chechenos y otros pueblos musulmanes fueron deportados a Asia Central durante la segunda guerra mundial. Los osetianos se quedaron y se apoderaron de las propiedades de los ingush. En 1956-1957, los pueblos deportados fueron autorizados a regresar, y comenzaron las disputas acerca de la titularidad de la propiedad y el control del territorio. En noviembre de 1992, los ingush lanzaron ataques desde su república para recuperar la región de Prigorodny, que el gobierno soviético había asignado a los osetianos. Los rusos reaccionaron con una intervención en gran escala, en la que participaron unidades cosacas, para apoyar a los osetianos ortodoxos. Así lo describió un comentarista extranjero: «En noviembre de 1992, los pueblos ingush de Osetia fueron rodeados y bombardeados por tanques rusos. A quienes sobrevivieron al bombardeo los mataron o se los llevaron. La masacre fue ejecutada por los escuadrones de la OMON [policía especial] osetiana, pero las tropas rusas enviadas a la región "para mantener la paz" les proporcionaron cobertura».24 Era, informaba The Economist, «difícil de comprender que tanta destrucción hubiera tenido lugar en menos de una semana». Ésta fue «la primera operación de limpieza étnica dentro de la federación rusa». Rusia usó después este conflicto para amenazar a los chechenos, aliados de los ingush, lo que, a su vez, «condujo a la inmediata movilización de Chechenia y de la Confederación de Pueblos [mayoritariamente musulmanes] del Cáucaso (KNK). La KNK amenazó con enviar 500.000 voluntarios contra las fuerzas rusas si no se retiraban del territorio checheno. Tras un tenso punto muerto, Moscú se echó atrás para impedir que la intensificación del conflicto entre los osetianos del norte y los ingush desembocara en una conflagración a escala regional».25

Una conflagración más intensa y extensa estalló en diciembre de 1994, cuando Rusia lanzó un ataque militar en gran escala contra Chechenia. Los líderes de dos repúblicas ortodoxas, Georgia y Armenia, apoyaron la acción rusa, mientras que el presidente ucraniano fue «diplomáticamente suave, llamando simplemente a una solución pacífica de la crisis». La acción rusa también fue respaldada por el gobierno ortodoxo de Osetia del Norte y el 55-60 % de la población de esta república.26 En cambio, los musulmanes de dentro y de fuera de la Federación Rusa se pusieron mayoritariamente del lado de los chechenos. La internacional islamista aportó inmediatamente combatientes de Azerbaiyán, Afganistán, Paquistán, Sudán y otros lugares. Los Estados musulmanes apoyaron la causa chechena, y, según algunas informaciones, Turquía e Irán suministraron ayuda material, proporcionando a Rusia nuevas razones para intentar atraerse a Irán. Una corriente continua de armas para los chechenos comenzó a entrar en la Federación Rusa desde Azerbaiyán, lo que provocó el cierre por parte de Rusia de su frontera con ese país y, con ello, también el corte de los suministros médicos y de otro tipo a Chechenia.27

Los musulmanes de la Federación Rusa se solidarizaron con los chechenos. Aunque los llamamientos en todo el Cáucaso a una guerra santa musulmana contra Rusia no consiguieron su objetivo, los líderes de las seis repúblicas del Volga-Urales exigieron a Rusia que pusiera fin a su acción militar, y representantes de las repúblicas caucásicas musulmanas llamaron a una campaña de desobediencia civil contra el dominio ruso. El presidente de la república de Chuvashia eximió a los reclutas chuvashios de hacer servicio de armas contra sus correligionarios musulmanes. Las «protestas más fuertes contra la guerra» se produjeron en dos repúblicas colindantes con Chechenia: Ingushetia y Daguestán. Los ingush atacaron a las tropas rusas en su camino hacia Chechenia, llevando al ministro de Defensa ruso a declarar que el gobierno ingush «prácticamente había declarado la guerra a Rusia», y también se produjeron ataques contra fuerzas rusas en Daguestán. Los rusos reaccionaron bombardeando pueblos ingush y daguestaníes.28 El arrasamiento del pueblo de Pervomaiskoye, realizado por los rusos tras la incursión chechena en la ciudad de Kizlyar en enero de 1996, provocó mayor hostilidad daguestaní contra los rusos.

La causa de los chechenos también recibió ayuda de su diáspora, en gran parte producida por la agresión decimonónica rusa contra los pueblos de la montaña del Cáucaso. La diáspora reunió fondos, procuró armas y proporcionó voluntarios para las fuerzas chechenas. Era particularmente fuerte en Jordania y Turquía, lo que llevó a Jordania a adoptar una postura enérgica contra los rusos, y a Turquía a reforzar su disposición a ayudar a los chechenos. En enero de 1996, cuando la guerra se extendió a Turquía, la opinión pública turca apoyó el secuestro de un ferry y de rehenes rusos por parte de miembros de la diáspora. Con la ayuda de líderes chechenos, el gobierno turco negoció la resolución de la crisis de un modo qué empeoró aún más las ya tensas relaciones entre Turquía y Rusia.

La incursión chechena en Daguestán, la reacción rusa y el secuestro del ferry a comienzos de 1996 acentuaron la posibilidad de que el conflicto se extendiera, convirtiéndose en una conflagración general entre los rusos y los pueblos de la montaña, siguiendo las líneas de la lucha que se prolongó durante décadas en el siglo xix. «El Cáucaso norte es un polvorín», advertía en 1995 Fiona Hill, «donde un conflicto en una república tiene el potencial de provocar una conflagración regional que se extenderá más allá de sus fronteras, al resto de la Federación Rusa, e incitará a intervenir a Georgia, Azerbaiyán, Turquía e Irán y sus diásporas norcaucásicas. Como demuestra la guerra en Chechenia, el conflicto en la región no se contiene fácilmente... y la lucha ha salpicado a repúblicas y territorios colindantes con Chechenia.» Un analista ruso coincidía en esto y afirmaba que se estaban estableciendo «coaliciones informales» siguiendo criterios de civilización. «Las cristianas Georgia, Armenia, Nagorno-Karabaj y Osetia del Norte están alineándose contra las musulmanas Azerbaiyán, Abjasia, Chechenia e Ingushetia.» Dada su lucha ya en curso en Tadzjikistán, Rusia «corría el riesgo de verse arrastrada a una confrontación prolongada con el mundo musulmán».29

En otra guerra de línea de fractura ortodoxo-musulmana, los contendientes primarios fueron los armenios del enclave de Nagorno-Karabaj y el gobierno y el pueblo de Azerbaiyán; los primeros luchaban por su independencia respecto a los segundos. El gobierno de Armenia fue implicado secundario, y Rusia, Turquía e Irán tuvieron implicaciones terciarias. Además, la numerosa diáspora armenia en Europa Occidental y Norteamérica desempeñó un papel importante. La lucha comenzó en 1988, antes del final de la Unión Soviética, se intensificó durante 1992-1993 y se calmó tras la negociación de un alto el fuego en 1994. Los turcos y otros musulmanes respaldaban a Azerbaiyán, mientras que Rusia apoyaba a los armenios, pero después usó también su influencia con ellos para atacar la influencia turca en Azerbaiyán. Esta guerra fue el último episodio de una doble rivalidad: la lucha entre rusos y turcos, que se remonta siglos atrás hasta las del imperio ruso con el imperio otomano por el control de la región del mar Negro y el Cáucaso, y el intenso antagonismo entre armenios y turcos, que se remonta a las masacres de los primeros a manos de los segundos a principios del siglo xx.

En esta guerra, Turquía apoyó constantemente a Azerbaiyán y se opuso a los armenios. El primer país que reconoció la independencia de una república soviética no báltica fue Turquía, con su reconocimiento de Azerbaiyán. A lo largo del conflicto, Turquía proporcionó apoyo financiero y material a Azerbaiyán y adiestramiento para sus soldados. Cuando la violencia se intensificó en 1991-1992, y los armenios penetraron en territorio azerbaiyano, la opinión pública turca se movilizó, y el gobierno turco recibió presiones para que apoyara a sus parientes étnico-religiosos. El gobierno temía también que hacerlo acentuara la división cristiano-musulmana, produjera un efusión de apoyo occidental a Armenia y contrariara a sus aliados de la OTAN. Así, Turquía se enfrentaba a las clásicas presiones de un implicado secundario o terciario en una guerra de línea de fractura. Sin embargo, el gobierno turco creyó que redundaba en su propio interés el apoyar a Azerbaiyán y enfrentarse a Armenia. «[E]s imposible no verte afectado cuando tus parientes son asesinados», dijo un funcionario turco, y otro añadió: «Nos vemos presionados. Nuestros periódicos están llenos de fotos de atrocidades... Quizá debemos demostrar a Armenia que en esta región hay una gran Turquía». El presidente Turgut Özal mostró su acuerdo al decir que Turquía «debía asustar un poquito a los armenios». Turquía, junto con Irán, advirtieron a los armenios que no se toleraría ningún cambio de fronteras. Özal bloqueó los suministros de alimento y de otros productos que llegaban a Armenia a través de Turquía, y, como consecuencia de ello, la población de Armenia estuvo al borde de la hambruna durante el invierno de 1992-1993. Además, de resultas, el mariscal ruso Yevgeny Shaposhnikov advirtió que «Si el otro lado [es decir, Turquía] entra» en la guerra, «estaremos al borde de la tercera guerra mundial». Un año después, Özal se mostraba aún beligerante. «¿Qué pueden hacer los armenios», se mofaba, «si acaba habiendo tiros...? ¿Invadir Turquía?» Turquía «enseñará los dientes».30

En el verano y otoño de 1993, la ofensiva armenia, que se iba aproximando a la frontera iraní, produjo más reacciones tanto de Turquía como de Irán, que estaban compitiendo por la influencia dentro de Azerbaiyán y los Estados musulmanes de Asia Central. Turquía declaró que la ofensiva amenazaba la seguridad de Turquía, exigió que las fuerzas armenias se retiraran «inmediata e incondicionalmente» del territorio azerbaiyano y envió refuerzos a su frontera con Armenia. Según se dice, tropas rusas y turcas intercambiaron disparos a través de esa frontera. La Primera ministra de Turquía, Tansu Ciller, declaró que pediría una declaración de guerra si las tropas armenias entraban en el enclave azerbaiyano de Nahicheván, próximo a Turquía. También Irán hizo avanzar sus fuerzas hacia Azerbaiyán y penetró en el país, supuestamente para crear campos de acogida para los refugiados producidos por las ofensivas armenias. La acción iraní, dicen las informaciones, hizo pensar a los turcos que podrían adoptar medidas adicionales sin provocar los contraataques rusos, y además les dio más motivos para competir con Irán en proporcionar protección a Azerbaiyán. Al final, la crisis se atemperó mediante las negociaciones celebradas en Moscú entre los líderes de Turquía, Armenia y Azerbaiyán, debidas a la presión estadounidense sobre el gobierno armenio y a la presión de éste sobre los armenios de Nagorno-Karabaj.31

Los armenios, habitantes de un país pequeño y sin acceso al mar, con escasos recursos, colindante con pueblos turcos hostiles, a lo largo de la historia han buscado protección en sus parientes ortodoxos, Georgia y Rusia. Ésta, en particular, ha sido considerada como un hermano mayor. Sin embargo, cuando la Unión Soviética se estaba derrumbando y los armenios de Nagorno-Karabaj lanzaron su campaña en favor de la independencia, el régimen de Gorbachov rechazó sus demandas y envió tropas a la región para apoyar lo que se consideraba un gobierno comunista leal en Bakú. Tras el fin de la Unión Soviética, estas consideraciones dieron paso a otras, históricas y culturales, existentes desde hacía mucho tiempo, y Azerbaiyán acusó «al gobierno ruso de dar un giro de 180 grados» y de apoyar activamente a la cristiana Armenia. En realidad, la asistencia militar rusa a los armenios había comenzado antes en el ejército soviético, en el que los armenios fueron promovidos a rangos más elevados, y asignados a unidades de combate con mucha más frecuencia que los musulmanes. Después del comienzo de la guerra, el regimiento 366° de fusileros motorizados del ejército ruso, con base en Nagorno-Karabaj, desempeñó un papel importante en el ataque armenio contra la ciudad de Khodjali, en el que supuestamente fueron masacrados hasta 1.000 azerbaiyanos. Posteriormente, tropas spetsnaz rusas también participaron en la lucha. Durante el invierno de 1992-1993, cuando Armenia sufría debido al embargo turco, fue «salvada de la bancarrota económica total por una inyección de miles de millones de rublos en créditos de Rusia». Esa primavera, tropas rusas se unieron a las fuerzas regulares armenias para abrir un corredor que conectase Armenia con Nagorno-Karabaj. Según dicen las informaciones, una fuerza blindada rusa de cuarenta tanques participó después en la ofensiva de Karabaj en el verano de 1993;32 a Armenia, por su parte, como dicen Hill y Jewett, «no le quedaba otra opción que aliarse estrechamente con Rusia. Depende de Rusia para sus materias primas, energía y suministros de alimento, y para la defensa de sus fronteras contra enemigos históricos tales como Azerbaiyán y Turquía. Armenia ha firmado todos los acuerdos económicos y militares de la CEI, ha permitido que las tropas rusas se asienten en su territorio y ha renunciado a todas sus reivindicaciones de fondos ex soviéticos en favor de Rusia».33

El apoyo ruso a los armenios incrementó la influencia rusa en Azerbaiyán. En junio de 1993, el líder nacionalista azerbaiyano Abulfez Elchibey fue derrocado en un golpe de Estado y reemplazado por el ex comunista y presumiblemente prorruso Gaider Aliyev. Aliyev reconoció la necesidad de apaciguar a Rusia a fin de moderar a Armenia. Revocó la negativa de Azerbaiyán a unirse a la Comunidad de Estados Independientes y a permitir que se asentaran tropas rusas en su territorio. También abrió la vía a la participación rusa en un consorcio internacional para explotar el petróleo de Azerbaiyán. A cambio, Rusia comenzó a adiestrar tropas azerbaiyanas y presionó a Armenia para que pusiera fin a su apoyo a las fuerzas de Karabaj y les persuadiera a retirarse de territorio azerbaiyano. Al desplazar su peso de un lado al otro, Rusia fue capaz, además, de conseguir resultados favorables para Azerbaiyán y de contrarrestar la influencia iraní y turca en ese país. Así, el apoyo ruso a Armenia, no sólo fortaleció a su aliado más estrecho en el Cáucaso, sino que además debilitó a sus principales rivales musulmanes en esa región.

Aparte de Rusia, la principal fuente de apoyo de Armenia fue su vasta diáspora, opulenta e influyente, en Europa Occidental y Norteamérica, formada por aproximadamente 1 millón de armenios en los Estados Unidos y 450.000 en Francia. Éstos proporcionaron dinero y suministros para ayudar a Armenia a sobrevivir al bloqueo turco, funcionarios para el gobierno armenio y voluntarios para sus fuerzas armadas. Las aportaciones para la ayuda a Armenia procedentes de la colectividad estadounidense ascendían a entre 50 y 75 millones de dólares al año a mediados de los años noventa. Además, los miembros de la diáspora ejercían una influencia política considerable en los Estados que los acogían. Las mayores colectividades armenias de los Estados Unidos se encontraban en Estados clave como California, Massachusetts y Nueva Jersey. Como consecuencia de ello, el Congreso prohibió cualquier ayuda extranjera a Azerbaiyán y convirtió a Armenia en el tercer mayor perceptor per cápita de asistencia estadounidense. Este respaldo exterior fue esencial para la supervivencia de Armenia y le ganó con todo merecimiento el apodo de «el Israel del Cáucaso».34 Igual que en el siglo xix los ataques rusos contra los norcaucasianos generaron una diáspora que ayudó a los chechenos a resistir a los rusos, las masacres turcas de armenios a principios del siglo xx produjeron una diáspora que permitió a Armenia resistir a Turquía y derrotar a Azerbaiyán.

La antigua Yugoslavia fue el escenario de la serie más compleja, confusa y completa de guerras de línea de fractura de principios de los años noventa. En el nivel primario, el gobierno croata y los croatas combatieron a los serbo-croatas en Croacia, y el gobierno bosnio combatió a los serbo-bosnios y croato-bosnios, que además luchaban entre sí, en Bosnia-Herzegovina. En el nivel secundario, el gobierno serbio promovía una «Gran Serbia» ayudando a los serbo-bosnios y serbo-croatas, y el gobierno croata aspiraba a una «Gran Croacia» y apoyaba a los croato-bosnios. En el nivel terciario, la enorme concentración por civilizaciones incluía: Alemania, Austria, el Vaticano, otros países y grupos católicos europeos y, más tarde, los Estados Unidos en favor de Croacia; Rusia, Grecia y otros países y grupos ortodoxos respaldando a los serbios; e Irán, Arabia Saudí, Turquía, Libia, la internacional islamista y los países islámicos en general en favor de los musulmanes bosnios. Estos últimos recibieron apoyo de los Estados Unidos, excepción ajena a la civilización en la, por lo demás, regla universal de que el pariente apoya al pariente. La diáspora croata en Alemania y la diáspora bosnia en Turquía acudieron en apoyo de su tierra natal. En los tres bandos había Iglesias y grupos religiosos en acción. Las actuaciones de los gobiernos alemán, turco, ruso y estadounidense, al menos, estaban influidas de forma importante por los grupos de presión y por la opinión pública de sus sociedades.

El apoyo proporcionado por los grupos secundarios y terciarios fue esencial para la marcha de la guerra; y las restricciones que impusieron, esenciales para detenerla. Los gobiernos croata y serbio proporcionaban armas, suministros, financiación, asilo, y a veces fuerzas militares, a su gente que luchaba en otras repúblicas. Serbios, croatas y musulmanes recibieron ayuda cuantiosa de parientes civilizatorios ajenos a la antigua Yugoslavia, en forma de dinero, armas, suministros, voluntarios, adiestramiento militar y apoyo político y diplomático. Por lo general, los serbios y croatas, actores de nivel primario, no gubernamentales, eran muy extremistas en su nacionalismo, implacables en sus exigencias y radicales en perseguir sus objetivos. Los gobiernos croata y serbio, actores de nivel secundario, al principio apoyaron enérgicamente a sus parientes de nivel primario, pero sus propios intereses, más diversificados, les llevaron después a desempeñar papeles de mayor mediación y contención. De forma paralela, los gobiernos ruso, alemán y norteamericano, actores de nivel terciario, empujaron a los gobiernos de nivel secundario, a los que habían estado respaldando, hacia la moderación y el compromiso.

La desmembración de Yugoslavia comenzó en 1991 cuando Eslovenia y Croacia declararon su independencia y pidieron apoyo a las potencias europeas occidentales. La reacción de Occidente quedó definida por Alemania, y la de Alemania, a su vez, por la conexión católica, en buena parte. El gobierno de Bonn se vio presionado a actuar desde la jerarquía católica alemana, su socio de coalición en Baviera, el partido Unión Social Cristiana, y el Frankfurter Allgemeine Zeitung y otros medios de comunicación. Los medios de comunicación bávaros, en particular, desempeñaron un papel crucial en el fomento de un sentir general alemán favorable al reconocimiento. «La televisión bávara», señalaba Flora Lewis, «pesó mucho en el gobierno de Baviera, muy conservador, y la fuerte y asertiva Iglesia católica bávara, que tenía estrechas conexiones con la Iglesia en Croacia, proporcionó los reportajes televisivos para toda Alemania cuando la guerra [con los serbios] comenzó en serio. La cobertura fue muy unilateral.» El gobierno alemán estaba indeciso acerca de la concesión del reconocimiento, pero, dadas las presiones en la sociedad alemana, apenas tuvo elección. «[E]n Alemania, el apoyo al reconocimiento de Croacia fue fomentado por la opinión pública, no arrancado por el gobierno.» Alemania presionó a la Comunidad Europea para que reconociera la independencia de Eslovenia y Croacia y, tras haber conseguido garantías de ello, pasó por su cuenta a reconocerlas antes de que la Comunidad lo hiciera en diciembre de 1991. «A lo largo del conflicto», decía un estudioso alemán en 1995, «Bonn consideró a Croacia y a su líder Franjo Tudjman como una especie de protegido de la política exterior alemana, cuya errática conducta era irritante, pero que todavía podía confiar en el firme apoyo de Alemania.»35

Austria e Italia se apresuraron a reconocer a los dos nuevos Estados, y muy pronto les siguieron los demás Estados occidentales, entre ellos los Estados Unidos. El Vaticano también desempeñó un papel fundamental. El Papa declaró que Croacia es la «muralla de la cristiandad [occidental]», y se apresuró a ofrecer el reconocimiento diplomático a los dos Estados antes de que lo hiciera la Comunidad Europea.36 Así, el Vaticano se convirtió en parte interesada en el conflicto, lo cual tuvo sus consecuencias en 1994, cuando el Papa proyectó visitas a las tres repúblicas. La oposición por parte de la Iglesia ortodoxa serbia impidió que fuera a Belgrado, y la reticencia serbia a garantizar su seguridad llevó a la cancelación de su visita a Sarajevo. Sin embargo, fue a Zagreb, donde honró al cardenal Alojzieje Septinac, que durante la segunda guerra mundial estuvo asociado con el régimen fascista croata que persiguió y mató brutalmente a serbios, gitanos y judíos.

Tras haberse asegurado el reconocimiento de su independencia por parte de Occidente, Croacia comenzó a desarrollar su fuerza militar pese al embargo de armas decretado por la ONU contra todas las antiguas repúblicas yugoslavas en septiembre de 1991. Las armas llegaron a Croacia desde países católicos europeos como Alemania, Polonia y Hungría, y también desde países latinoamericanos como Panamá, Chile y Bolivia. Cuando la guerra se intensificó en 1991, las exportaciones de armas españolas, supuestamente «controladas en gran medida por el Opus Dei», se multiplicaron por seis en un breve lapso de tiempo, y la mayoría de ellas presumiblemente lograron llegar hasta Ljubliana y Zagreb. Según se dice, Croacia adquirió en 1993 varios Mig-21 procedentes de Alemania y Polonia con el conocimiento de los gobiernos de ambos países. A las fuerzas de defensa croatas se unían cientos, quizá miles de voluntarios «de Europa Occidental, la diáspora croata y los países católicos de Europa Oriental» que estaban deseosos de luchar en «una cruzada cristiana, tanto contra el comunismo serbio, como contra el fundamentalismo islámico». Militares profesionales procedentes de países occidentales proporcionaron asistencia técnica. Gracias en parte a esta ayuda de los países emparentados, los croatas fueron capaces de mejorar sus fuerzas militares y de crear un rival al ejército yugoslavo dominado por los serbios.37

El apoyo occidental a Croacia también incluyó pasar por alto la limpieza étnica y las violaciones de los derechos humanos y las leyes de la guerra por las que los serbios eran condenados constantemente. Occidente guardó silencio cuando, en 1995, el modernizado ejército croata lanzó un ataque contra los serbios de la Krajina, que habían estado allí durante siglos, y empujó a cientos de miles de ellos al exilio en Bosnia y Serbia. Croacia se benefició también de su numerosa diáspora. Los croatas acaudalados de Europa Occidental y Norteamérica aportaron fondos para armas y material. Las asociaciones de croatas de los Estados Unidos trataron de influir en el Congreso y el presidente en favor de su patria. Particularmente importantes e influyentes fueron los 600.000 croatas de Alemania. «[L]as colonias de croatas de Canadá, los Estados Unidos, Australia y Alemania se movilizaron para defender su patria nuevamente independiente» y suministraron cientos de voluntarios al ejército croata.38

En 1994, los Estados Unidos comenzaron a apoyar el gradual incremento militar croata. Ignorando las flagrantes violaciones croatas del embargo de armas de la ONU, los Estados Unidos proporcionaron adiestramiento militar a los croatas y autorizaron a generales estadounidenses retirados de alta graduación a que los asesorasen. Los gobiernos de los EE.UU. y Alemania dieron luz verde a la ofensiva croata de la Krajina en 1995. Consejeros militares estadounidenses participaron en la planificación de este ataque al estilo norteamericano, que, según los croatas, también se aprovechó de las informaciones suministradas por los satélites espías norteamericanos. Croacia se ha convertido en «nuestro aliado estratégico de facto», declaró un representante del departamento de Estado. Este hecho, se afirmaba, ponía de manifiesto «un cálculo a largo plazo, el de que, al final, esta parte del mundo estará dominada por dos potencias locales: una en Zagreb, la otra en Belgrado; una vinculada a Washington, la otra incluida en un bloque eslavo que se extendería hasta Moscú».39

Las guerras yugoslavas produjeron también un agrupamiento prácticamente unánime del mundo ortodoxo respaldando a Serbia. Nacionalistas, oficiales del ejército, parlamentarios y líderes de la Iglesia ortodoxa rusos fueron francos al apoyar a Serbia, mostrar su desprecio por los «turcos» bosnios y criticar el imperialismo occidental y de la OTAN. Los nacionalistas rusos y serbios trabajaron juntos incitando en ambos países a la oposición al «nuevo orden mundial» occidental. En una medida considerable, estas opiniones eran compartidas por el pueblo ruso: por ejemplo, más del 60 % de los moscovitas se mostraban contrarios a los ataques aéreos de la OTAN en el verano de 1995. Grupos nacionalistas rusos reclutaron con éxito a jóvenes rusos en varias ciudades importantes para unirse a «la causa de la hermandad eslava». Según las informaciones, mil rusos o más, junto con voluntarios de Rumania y Grecia, se alistaron en las fuerzas serbias para combatir a los que ellos describían como «fascistas católicos» y «extremistas islámicos». En 1992, se informó de que una unidad rusa «con uniformes cosacos» estaba operando en Bosnia. En 1995, había rusos enrolados en unidades militares serbias de elite, y, según un informe de la ONU, combatientes rusos y griegos participaron en el ataque serbio contra la zona de seguridad de la ONU de Zepa.40

Pese al embargo de armas, sus amigos ortodoxos proporcionaron a Serbia las armas y el material que necesitaba. A principios de 1993, las organizaciones militares y de información rusas al parecer vendieron a los serbios tanques T-55, misiles antimisiles y misiles antiaéreos por valor de 300 millones de dólares. Según las informaciones, técnicos militares rusos fueron a Serbia a poner en marcha este material y para adiestrar a los serbios en su manejo. Serbia adquirió armas de otros países ortodoxos: Rumania y Bulgaria fueron los suministradores «más activos», y Ucrania también desempeñó un papel considerable. Además, las tropas rusas de pacificación en Eslavonia oriental desviaban los suministros de la ONU a los serbios, facilitaban los movimientos militares de éstos y ayudaban a sus fuerzas a adquirir armas.41

Pese a las sanciones económicas, Serbia fue capaz de mantener una situación razonablemente confortable gracias al contrabando en gran escala de combustible y de otros bienes, organizado desde Timisoara por funcionarios del gobierno rumano, y desde Albania primero por empresas italianas y después griegas con la connivencia del gobierno griego. Cargamentos de alimentos, productos químicos, ordenadores y otros productos de Grecia entraban en Serbia por Macedonia, y el volumen de exportaciones serbias que salían era parecido.42 La combinación del atractivo del dólar y la simpatía por el pariente cultural convirtió en una farsa las sanciones económicas de la ONU contra Serbia, lo mismo que ocurrió con el embargo de armas decretado por la ONU contra todas las antiguas repúblicas yugoslavas.

A lo largo de las guerras yugoslavas, el gobierno griego se desmarcó de las medidas suscritas por los miembros occidentales de la OTAN, se opuso a una acción militar de la OTAN en Bosnia, apoyó a los serbios en las Naciones Unidas y trató de influir en el gobierno de los EE.UU. para que levantara las sanciones económicas contra Serbia. En 1994, el Primer ministro griego, Andreas Papandreu, subrayando la importancia de la conexión ortodoxa con Serbia, atacó públicamente al Vaticano, Alemania y la Comunidad Europea por su precipitación a la hora de extender el reconocimiento diplomático a Eslovenia y Croacia a finales de 1991.43

Como líder de un actor terciario, Boris Yeltsin estaba sometido a presiones contrapuestas: por una parte, deseaba mantener, ampliar y aprovechar las buenas relaciones con Occidente y, por otra parte, ayudar a los serbios y cerrar la boca a su oposición política, que le acusaba constantemente de claudicar ante Occidente. En general, triunfó esta última inquietud, y el apoyo diplomático ruso a los serbios fue frecuente y coherente. En 1993 y 1995, el gobierno ruso se opuso enérgicamente a imponer sanciones económicas más severas a Serbia, y el Parlamento ruso votó casi unánimemente a favor de levantar las sanciones contra los serbios. Rusia presionó además para que se endureciera el embargo de armas contra los musulmanes y se aplicaran sanciones económicas contra Croacia. En diciembre de 1993, Rusia solicitaba con urgencia que se mitigaran las sanciones económicas con el fin de que se le permitiera suministrar a Serbia gas natural para el invierno, una propuesta que fue bloqueada por los Estados Unidos y Gran Bretaña. En 1994, y de nuevo en 1995, Rusia se opuso firmemente a los ataques aéreos de la OTAN contra los serbo-bosnios. En este último año, la Duma rusa condenó el bombardeo con una votación casi unánime y exigió la dimisión del ministro de Asuntos Exteriores Andrei Kozyrev por su ineficaz defensa de los intereses nacionales rusos en los Balcanes. Además, en 1995 Rusia acusó a la OTAN de «genocidio» contra los serbios, y el presidente Yeltsin advirtió de que un bombardeo continuado afectaría radicalmente a la cooperación de Rusia con Occidente, incluida su participación en la Asociación por la Paz de la OTAN. «¿Cómo podemos firmar un acuerdo con la OTAN», preguntaba, «cuando la OTAN está bombardeando a los serbios?» Occidente estaba aplicando claramente un criterio doble: «¿Cómo es que cuando atacan los musulmanes no se realiza contra ellos ninguna acción? ¿O cuando atacan los croatas?».44 Rusia también se opuso constantemente a los esfuerzos por suspender el embargo de armas contra las antiguas repúblicas yugoslavas, que repercutía principalmente en los musulmanes bosnios, e intentaron endurecer de forma regular ese embargo.

Rusia empleó de otras formas diversas su posición en la ONU y en otros foros para defender los intereses serbios. En diciembre de 1994 vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, presentada por los países musulmanes, que habría prohibido el paso de combustible de Serbia a los serbo-bosnios y serbo-croatas. En abril de 1994, Rusia bloqueó una resolución de la ONU que condenaba a los serbios por la limpieza étnica. También impidió que se nombrara a alguien de un país de la OTAN como fiscal de crímenes de guerra de la ONU debido a su probable prejuicio contra los serbios; se opuso al procesamiento del comandante militar serbo-bosnio Ratko Mladic por el tribunal internacional de crímenes de guerra; y ofreció a Mladic asilo en Rusia.45 En septiembre de 1993 Rusia respaldó la renovación de una autorización de la ONU para los 22.000 miembros de las fuerzas de pacificación de la ONU en la antigua Yugoslavia. En el verano de 1995 Rusia se opuso, pero no vetó, una resolución del Consejo de Seguridad que autorizaba otros 12.000 soldados de mantenimiento de la paz de la ONU, y atacó tanto la ofensiva croata contra los serbios de la Krajina como el hecho de que los gobiernos occidentales no tomaran medidas contra dicha ofensiva.

El agrupamiento de civilización más amplio y más eficaz fue el del mundo musulmán en favor de los musulmanes bosnios. La causa bosnia era universalmente popular en los países musulmanes; a los bosnios les llegaba la ayuda de fuentes diversas, públicas y privadas; los gobiernos musulmanes, sobre todo los de Irán y Arabia Saudí, competían entre sí a la hora de proporcionarles apoyo y de intentar ganar la influencia que éste generaba. Sociedades musulmanas sunnitas y chiítas, fundamentalistas y laicas, árabes y no árabes, de Marruecos a Malaisia, todas participaron. Las manifestaciones de apoyo musulmán en favor de los bosnios variaron, desde la ayuda humanitaria (incluidos 90 millones de dólares reunidos en 1995 en Arabia Saudí), hasta actos de violencia como el asesinato en 1993 de doce croatas en Argelia a manos de extremistas islamistas «en respuesta a la masacre de nuestros correligionarios musulmanes cuyas gargantas han sido cortadas en Bosnia», pasando por el apoyo diplomático y la ayuda militar en gran escala.46 Este agrupamiento tuvo una repercusión importante en el curso de la guerra. Fue esencial para la supervivencia del Estado bosnio y su éxito en recuperar territorio tras las arrolladoras victorias iniciales de los serbios. Estimuló enormemente la islamización de la sociedad bosnia y la identificación de los musulmanes bosnios con la comunidad islámica mundial. Y proporcionó a los Estados Unidos una motivación para compadecerse de las necesidades bosnias.

Individual y colectivamente, los gobiernos musulmanes expresaron repetidamente su solidaridad con sus correligionarios bosnios. Irán tomó la delantera en 1992, describiendo la guerra como un conflicto religioso en el que los serbios cristianos habían emprendido un genocidio contra los musulmanes bosnios. Ante su insistencia, la Organización de la Conferencia Islámica se ocupó de la cuestión y creó un grupo para intentar influir en favor de la causa bosnia en las Naciones Unidas. En agosto de 1992, representantes islámicos condenaron el supuesto genocidio ante la asamblea general de la ONU, y, en nombre de la OCI, Turquía presentó una resolución que llamaba a la intervención militar de acuerdo con el artículo 7 del reglamento de la ONU. Los países musulmanes fijaron una fecha límite a principios de 1993 para que Occidente tomara medidas a fin de proteger a los bosnios, fecha después de la cual ellos se sentirían libres para proporcionar armas a Bosnia. En mayo de 1993, la OCI condenó el plan diseñado por las naciones occidentales y Rusia para proporcionar refugios seguros a los musulmanes y para controlar la frontera con Serbia, renunciando a toda intervención militar. Exigió el final del embargo de armas, el uso de la fuerza contra el armamento pesado serbio, un enérgico control patrullero de la frontera serbia y la inclusión de tropas procedentes de países musulmanes entre las fuerzas de pacificación. Al mes siguiente, la OCI, pese a las objeciones occidentales y rusas, consiguió que la conferencia sobre los derechos humanos de la ONU aprobara una resolución que denunciaba la agresión serbia y croata y exigía poner punto final al embargo de armas. En julio de 1993, la OCI puso en cierto modo a Occidente en un compromiso al ofrecerse a proporcionar 18.000 soldados de pacificación a la ONU, soldados que procederían de Irán, Turquía, Malaisia, Túnez, Paquistán y Bangladesh. Los Estados Unidos vetaron a Irán, y los serbios se opusieron enérgicamente al envío de tropas turcas. Sin embargo éstas llegaron a Bosnia en el verano de 1994, y ya en 1995 entre los 25.000 soldados de la fuerza de protección de la ONU había 7.000 de Turquía, Paquistán, Malaisia, Indonesia y Bangladesh. En agosto de 1993, una delegación de la OCI, encabezada por el ministro de Asuntos Exteriores turco, intentó influir en Boutros Boutros-Ghali y Warren Christopher para que respaldaran ataques aéreos inmediatos de la OTAN para proteger a los bosnios contra los ataques serbios. Según se dijo, el hecho de que Occidente no adoptara esta medida creó serias tensiones entre Turquía y sus aliados de la OTAN. 47

Posteriormente, los Primeros ministros de Turquía y Paquistán hicieron una visita a Sarajevo, a la que se dio mucha publicidad, con el fin de demostrar palpablemente la preocupación musulmana, y la OCI reiteró sus exigencias de que se ayudara militarmente a los bosnios. En el verano de 1995, el fracaso de Occidente en la defensa de las zonas de seguridad contra ataques serbios llevó a Turquía a aprobar ayuda militar a Bosnia y a adiestrar tropas bosnias; a Malaisia, a comprometerse a venderles armas violando el embargo de la ONU; y a los Emiratos Árabes Unidos, a convenir el suministro de fondos para fines militares y humanitarios. En agosto de 1995, los ministros de Asuntos Exteriores de nueve países de la OCI declararon nulo el embargo de armas de la ONU, y en septiembre los cincuenta y dos miembros de la OCI aprobaron la ayuda armamentística y económica a los bosnios.

Aunque ninguna otra cuestión generaba un apoyo más unánime en todo el islam, la difícil situación de los musulmanes bosnios tenía especial resonancia en Turquía. Bosnia había sido parte del imperio otomano hasta 1878 en la práctica y hasta 1908 en teoría, y los emigrantes y refugiados bosnios constituyen aproximadamente el 5 % de la población de Turquía. La simpatía por la causa bosnia y el escándalo ante el palmario fracaso de Occidente en proteger a los bosnios estaban generalizados entre el pueblo turco, por lo que el islamista Partido del Bienestar, en la oposición, explotó este tema contra el gobierno. Los funcionarios del gobierno, a su vez, subrayaban las responsabilidades especiales de Turquía con respecto a todos los musulmanes balcánicos, y el gobierno presionaba periódicamente en favor de una intervención militar de la ONU que salvaguardara a los musulmanes bosnios.48

Con mucho, la ayuda más importante que la ummah prestó a los musulmanes bosnios fue la asistencia militar: armas, dinero para comprarlas, adiestramiento militar y voluntarios. Inmediatamente después de que empezara la guerra, el gobierno bosnio invitó a venir a los muyahidin, y se dice que el número total de voluntarios llegó a unos 4.000, más que los extranjeros que lucharon por los serbios o los croatas. En esa cifra se incluían unidades de los guardias republicanos iraníes y muchos que habían luchado en Afganistán. Entre ellos había nativos de Paquistán, Turquía, Irán, Argelia, Arabia Saudí, Egipto y Sudán, además de emigrantes albaneses y turcos procedentes de Alemania, Austria y Suiza. Las organizaciones religiosas saudíes patrocinaron a muchos voluntarios; dos docenas de saudíes resultaron muertos ya en los primeros meses de la guerra, en 1992; y la Asamblea Mundial de la Juventud Musulmana evacuó en avión a combatientes heridos hasta Jidda para proporcionarles atención médica. En el otoño de 1992, guerrilleros del Hezbollah libanés chiíta llegaron para adiestrar al ejército bosnio, tarea de la que posteriormente se ocuparían guardias republicanos iraníes. En la primavera de 1994, los servicios de información occidentales comunicaron que una unidad de guardias republicanos iraníes, compuesta por 400 hombres, estaba organizando unidades guerrilleras y terroristas radicales. «Los iraníes», decía un funcionario estadounidense, «ven esto como un modo de llegar al punto más débil de Europa.» Según las Naciones Unidas, los muyahidin adiestraron entre 3.000 y 5.000 bosnios destinados a brigadas islamistas especiales. El gobierno bosnio usaba a los muyahidin para «actividades terroristas, ilegales y de tropas de asalto», aunque estas unidades a menudo hostilizaban a la población local y causaban otros problemas al gobierno. Los acuerdos de Dayton exigían que todos los combatientes extranjeros abandonaran Bosnia, pero el gobierno bosnio ayudó a algunos combatientes a quedarse, concediéndoles la ciudadanía bosnia e inscribiendo a los guardias republicanos iraníes como trabajadores en tareas asistenciales. «El gobierno bosnio les debe mucho a estos grupos, y especialmente a los iraníes», advertía un funcionario estadounidense a principios de 1996. «El gobierno se ha demostrado incapaz de enfrentarse a ellos. En 12 meses nosotros nos habremos ido, pero los muyahidin pretenden quedarse.»49

Los opulentos Estados de la ummah, encabezados por Arabia Saudí y entre los que se encontraban Irán y Libia, aportaron cantidades inmensas de dinero para desarrollar el poderío militar bosnio. En los primeros meses de la guerra, en 1992, el gobierno saudí y fuentes privadas proporcionaron 150 millones de dólares de ayuda a los bosnios, supuestamente para fines humanitarios, pero comúnmente se admite que han sido usados en gran medida con propósitos militares. Se dice que los bosnios recibieron armas por valor de 160 millones de dólares durante los dos primeros años de la guerra. Durante 1993-1995, recibieron otros 300 millones de dólares de los saudíes, más 500 millones de dólares en supuesta ayuda humanitaria. Irán fue también una fuente importante de asistencia militar y, según funcionarios estadounidenses, gastó cientos de millones de dólares al año en armas para los bosnios. Según otro informe, entre el 80 y el 90 % de las armas (por un valor total de 2.000 millones de dólares) que entraron en Bosnia durante los primeros años de la lucha fueron a parar a los musulmanes. Como resultado de esta ayuda financiera, los bosnios pudieron comprar miles de toneladas de armas. Entre los cargamentos interceptados había uno de 4.000 fusiles y un millón de cartuchos, un segundo de 11.000 fusiles, 30 morteros y 750.000 cartuchos, y un tercero con cohetes tierra-tierra, munición, jeeps y pistolas. Todos estos cargamentos procedían de Irán, que era su principal fuente, pero Turquía y Malaisia eran también importantes suministradores de armamento. Algunas armas llegaron directamente a Bosnia por vía aérea, pero la mayoría de ellas llegaron a través de Croacia, bien por vía aérea hasta Zagreb y después por vía terrestre, bien por mar hasta Split u otros puertos croatas y después por tierra. A cambio de permitir este tráfico, los croatas se apropiaban de una parte de las armas (según se dice, de un tercio) y, conscientes de que podría ser que en el futuro combatieran con Bosnia, prohibieron el transporte de tanques y artillería pesada a través de su territorio.50

El dinero, hombres, adiestramiento y armas procedentes de Irán, Arabia Saudí, Turquía y otros países musulmanes permitió a los bosnios convertir lo que todo el mundo llamaba un ejército «chusma» en una fuerza militar bien equipada y competente, aunque dentro de límites modestos. Para el invierno de 1994, observadores extranjeros informaban de mejoras espectaculares en su coherencia organizativa y su eficacia militar.51 Poniendo su nueva fuerza militar a trabajar, los bosnios rompieron un alto el fuego y lanzaron con éxito ofensivas contra las milicias croatas primero y, más tarde, en la primavera, contra los serbios. En el otoño de 1994, el quinto cuerpo de ejército bosnio salió de Bihac, del área de seguridad de la ONU, e hizo retroceder a las fuerzas serbias, obteniendo la mayor victoria bosnia hasta ese momento y recuperando una extensión considerable de territorio de manos de los serbios, que estaban obstaculizados por el embargo que el presidente Milosevic había decretado de la ayuda a ellos destinada. En marzo de 1995, el ejército bosnio volvió a romper una tregua e inició un avance importante cerca de Tuzla, que fue seguido por una ofensiva en junio en torno a Sarajevo. El apoyo de sus parientes musulmanes fue un factor necesario y decisivo que posibilitó al gobierno bosnio realizar tales cambios en el equilibrio militar en Bosnia.

La guerra en Bosnia fue una guerra de civilizaciones. Los tres contendientes primarios procedían de tres civilizaciones diferentes y profesaban religiones diferentes. Con una excepción parcial, la participación de los actores secundarios y terciarios seguía exactamente el modelo basado en las civilizaciones. Los Estados y organizaciones musulmanes en su totalidad acudieron en apoyo de los musulmanes bosnios y se opusieron a los croatas y serbios. Los países y organizaciones ortodoxos en su totalidad respaldaron a los serbios y se opusieron a los croatas y musulmanes. Los gobiernos y elites occidentales respaldaron a los croatas, criticaron severamente a los serbios y, por lo general, se mostraron indiferentes o temerosos respecto a los musulmanes. Conforme la guerra se prolongaba, los odios y divisiones entre los grupos se ahondaron, y se intensificaron sus identidades religiosas y de civilización, sobre todo entre los musulmanes. En conjunto, las lecciones de la guerra bosnia son: en primer lugar, los contendientes primarios en guerras de línea de fractura pueden contar con recibir ayuda, que puede ser considerable, de sus parientes civilizatorios; en segundo lugar, tal ayuda puede afectar significativamente al curso de la guerra; y en tercer lugar, los gobiernos y las personas de una civilización no emplean ni sangre ni bienes en ayudar a personas de otra civilización a librar una guerra de línea de fractura.

La única excepción parcial a este regla basada en las civilizaciones fueron los Estados Unidos, cuyos líderes favorecieron retóricamente a los musulmanes. En la práctica, sin embargo, el apoyo estadounidense fue limitado. El gobierno de Clinton aprobó el uso de la fuerza aérea norteamericana, pero no de tropas de infantería, para proteger las zonas de seguridad de la ONU, y abogó por el final del embargo de armas. No presionó de forma seria a sus aliados para mantener dicho embargo, sino que toleró, tanto los envíos de armas iraníes a los bosnios, como la financiación saudí de las compras bosnias de armamento, y en 1994 dejó de hacer cumplir el embargo.52 Al hacer tales cosas, los Estados Unidos contrariaron a sus aliados y provocaron lo que generalmente se consideró una crisis importante dentro de la OTAN. Tras la firma de los acuerdos de Dayton, los Estados Unidos accedieron a cooperar con Arabia Saudí y otros países musulmanes en adiestrar y equipar a las fuerzas bosnias. Así, la pregunta era: ¿por qué durante la guerra y al término de ésta fueron los Estados Unidos los únicos que rompieron el molde de las civilizaciones, convirtiéndose en el único país no musulmán que promovía los intereses de los musulmanes bosnios y colaboraba en su favor con los países musulmanes? ¿Qué explica esta anomalía estadounidense?

Una posibilidad es que, en realidad, no fuera una anomalía, sino más bien una realpolitik cuidadosamente calculada en el ámbito de las civilizaciones. Al ponerse del lado de los bosnios y proponer, sin éxito, el fin del embargo, los Estados Unidos estaban intentando reducir la influencia de países musulmanes fundamentalistas como Irán y Arabia Saudí sobre los bosnios, antes laicos y de orientación europea. Sin embargo, si éste fue el motivo, ¿por qué los Estados Unidos consintieron la ayuda iraní y saudí, y por qué no insistieron más enérgicamente en poner fin al embargo, y así legitimar la ayuda occidental? ¿Por qué las autoridades estadounidenses no advirtieron públicamente de los peligros del fundamentalismo islamista en los Balcanes? Una explicación alternativa de la conducta norteamericana es que el gobierno de los EE.UU. estaba presionado por sus amigos del mundo musulmán, sobre todo Turquía y Arabia Saudí, y accedió a sus deseos con el fin de mantener las buenas relaciones con ellos. Sin embargo, dichas relaciones están enraizadas en convergencias de intereses ajenos a Bosnia, y era improbable que resultaran perjudicadas de forma significativa por el hecho de que los Estados Unidos no ayudaran a este país. Además, esta explicación no daría razón de por qué los Estados Unidos aprobaron implícitamente la entrada en Bosnia de enormes cantidades de armas iraníes en un momento en el que estaban enfrentándose periódicamente a Irán en otros frentes y Arabia Saudí rivalizaba con Irán por la influencia en Bosnia.

Aunque las consideraciones de realpolitik en el ámbito de las civilizaciones pueden haber desempeñado algún papel a la hora de configurar las actitudes de los EE.UU., otros factores parecen haber sido más influyentes. En cualquier conflicto extranjero, los estadounidenses necesitan determinar cuáles son las fuerzas del bien y cuáles las del mal, y alinearse con las primeras. Las atrocidades de los serbios al comienzo de la guerra hicieron que la imagen de éstos fuera la de «chicos malos» que mataban inocentes y se dedicaban al genocidio; en cambio los bosnios supieron difundir una imagen de sí mismos como víctimas indefensas. A lo largo de la guerra, la prensa de los Estados Unidos prestó poca atención a la limpieza étnica y a los crímenes de guerra croatas y musulmanes o a las violaciones de las áreas de seguridad de la ONU y los altos el fuego por parte de las fuerzas bosnias. Para los estadounidenses, los bosnios se convirtieron, según la expresión de Rebecca West, en su «pueblo balcánico favorito, consagrado en sus corazones como sufriente e inocente, siempre masacrado y nunca masacrador».53

Las elites estadounidenses también estaban favorablemente dispuestas hacia los bosnios porque les gustaba la idea de un país multicultural, y en las primeras fases de la guerra el gobierno bosnio promovió con éxito esta imagen. A lo largo de la guerra, la política estadounidense permaneció tercamente empeñada en una Bosnia multiétnica, pese al hecho de que los serbo-bosnios y los croato-bosnios la rechazaban mayoritariamente. Aunque la creación de un Estado multiétnico era obviamente imposible si, como creían, además, un grupo étnico estaba cometiendo un genocidio contra otro, las elites estadounidenses combinaban estas imágenes contradictorias en sus mentes para producir una simpatía generalizada por la causa bosnia. Así, el idealismo, moralismo, instintos humanitarios, ingenuidad e ignorancia estadounidenses con respecto a los Balcanes les llevó a ser probosnios y antiserbios. Al mismo tiempo, la ausencia en Bosnia, tanto de intereses importantes norteamericanos en materia de seguridad, como de conexión cultural alguna, no daba al gobierno de los EE.UU. ninguna razón para hacer gran cosa en favor de los bosnios, excepto permitir que los iraníes y saudíes los armaran. Al negarse a reconocer la guerra como lo que era, el gobierno estadounidense se indispuso con sus aliados, prolongó la lucha y ayudó a crear en los Balcanes un Estado musulmán fuertemente influido por Irán. Los bosnios, al final, sentían una profunda amargura respecto a los Estados Unidos, que habían hecho discursos grandilocuentes, pero habían aportado poco, y profunda gratitud hacia sus parientes musulmanes, que habían ofrecido el dinero y las armas necesarios para que ellos sobrevivieran y se anotaran victorias militares.

«Bosnia es nuestra España», observaba Bernard-Henri Lévy, y un editor saudí coincidía con él: «La guerra en Bosnia y Herzegovina se ha convertido en el equivalente emocional de la lucha contra el fascismo en la guerra civil española. Quienes murieron en ella son considerados mártires que intentaban salvar a sus correligionarios musulmanes».54 La comparación es acertada. En una era de civilizaciones, Bosnia es la España de todos. La guerra civil española fue una guerra entre sistemas e ideologías políticos, la guerra bosnia, una guerra entre civilizaciones y religiones. Demócratas, comunistas y fascistas fueron a España para luchar al lado de sus hermanos ideológicos; y gobiernos demócratas, comunistas y, de forma muy activa, fascistas proporcionaron su ayuda. Las guerras yugoslavas conocieron una parecida movilización de apoyo exterior en gran escala por parte de cristianos occidentales, cristianos ortodoxos y musulmanes en favor de su pariente de civilización. Todas las grandes potencias de la ortodoxia, el islam y Occidente se implicaron profundamente. Tras cuatro años, la guerra civil española llegó a un final definitivo con la victoria de las fuerzas de Franco. Las guerras entre las comunidades religiosas de los Balcanes pueden calmarse e incluso detenerse temporalmente, pero nadie tiene probabilidades de anotarse una victoria decisiva, y sin victoria no hay final. La guerra civil española fue el preludio de la segunda guerra mundial. La guerra bosnia es un episodio sangriento más de un choque de civilizaciones en curso.

Parar las guerras de línea de fractura

«Toda guerra tiene un final.» Así lo afirma la sabiduría tradicional. ¿Es esto verdad en el caso de las guerras de línea de fractura? Sí y no. La violencia de línea de fractura puede cesar totalmente durante un período de tiempo, pero rara vez termina de forma definitiva. Las guerras de línea de fractura están marcadas por frecuentes treguas, altos el fuego, armisticios, pero no por tratados de paz globales que resuelvan los problemas políticos fundamentales. Poseen esta cualidad de intermitencia porque están enraizadas en profundos conflictos de línea de fractura que llevan aparejadas relaciones antagónicas sostenidas entre grupos de civilizaciones diferentes. Los conflictos, a su vez, derivan de la proximidad geográfica, las diferentes religiones y culturas, las estructuras sociales independientes y los recuerdos históricos de las dos sociedades. En el curso de los siglos, todo esto puede evolucionar, y el conflicto subyacente puede esfumarse. O bien puede desaparecer rápida y brutalmente, si un grupo extermina al otro. Sin embargo, si no sucede ninguna de estas dos cosas, el conflicto continúa, y lo mismo pasa con los períodos recurrentes de violencia. Las guerras de línea de fractura son intermitentes, los conflictos de línea de fractura, interminables.

Conseguir siquiera la interrupción transitoria de una guerra de línea de fractura habitualmente depende de dos circunstancias. La primera es el agotamiento de los contendientes primarios. En un determinado momento, cuando las bajas han ascendido a decenas de miles, los refugiados a cientos de miles y las ciudades —Beirut, Grozny, Vukovar— han quedado reducidas a escombros, la gente grita «esto es una locura, basta ya», los radicales de ambos bandos ya no pueden movilizar la furia popular, las negociaciones que han renqueado infructuosamente durante años vuelven a la vida y los moderados se reafirman y alcanzan algún tipo de acuerdo para detener la carnicería. En la primavera de 1994, la guerra de seis años a propósito de Nagorno-Karabaj había «agotado» ya tanto a armenios como a azerbaiyanos, y por eso acordaron una tregua. En el otoño de 1995, así mismo, se informaba de que en Bosnia «Todos los bandos están exhaustos», y se materializaron los acuerdos de Dayton.55 Sin embargo, tales interrupciones son limitadas en sí mismas. Permiten a ambas partes descansar y reponer sus recursos. Después, cuando un bando ve la oportunidad de sacar provecho, la guerra se reanuda.

Alcanzar una pausa temporal exige además un segundo factor: la implicación de participantes de nivel no primario con el interés y la influencia para reconciliar a los contendientes. Las guerras de línea de fractura casi nunca son interrumpidas por negociaciones directas únicamente entre los actores primarios, y sólo rara vez por la mediación de interlocutores desinteresados. La distancia cultural, los odios intensos y la violencia recíproca que se han infligido mutuamente hacen sumamente difícil que los grupos primarios se sienten y entablen una discusión provechosa encaminada a alguna forma de alto el fuego. Las cuestiones políticas subyacentes (quién controla qué territorio y qué gente en qué términos) siguen apareciendo e impiden el acuerdo en asuntos más puntuales.

Los conflictos entre países o grupos con una cultura común a veces se pueden resolver con la mediación de un tercer interlocutor desinteresado que comparte esa cultura, tiene una legitimidad reconocida dentro de ella y, por tanto, es de fiar para ambas partes a la hora de encontrar una solución enraizada en los valores de esa cultura. El Papa pudo mediar con éxito en la disputa fronteriza entre Argentina y Chile. En conflictos entre grupos de diferentes civilizaciones, sin embargo, no hay interlocutores desinteresados. Encontrar a un individuo, institución o Estado al que ambas partes consideren digno de confianza es sumamente difícil. Cualquier potencial mediador pertenece, o a una de las civilizaciones en conflicto, o a una tercera civilización con otra cultura más y otros intereses que no inspiran confianza en ninguna de las partes del conflicto. Al Papa no lo llamarán los chechenos y rusos ni los tamiles y cingaleses. También las organizaciones internacionales fracasan habitualmente, porque carecen de capacidad para imponer costos importantes a las partes o de ofrecerles ventajas significativas.

A las guerras de línea de fractura no les ponen fin individuos, grupos u organizaciones desinteresadas, sino interlocutores secundarios y terciarios interesados que han acudido en apoyo de su pariente y tienen la capacidad de negociar acuerdos con sus homólogos, por una parte, y de persuadir a su pariente a aceptar dichos acuerdos, por otra. Aunque ese apoyo intensifica y prolonga la guerra, es también por lo general una condición necesaria, aunque insuficiente, para limitarla y detenerla. Quienes apoyan en un nivel secundario o terciario habitualmente no quieren verse transformados en combatientes de nivel primario y, por tanto, intentan mantener la guerra bajo control. Además tienen intereses más diversificados que los contendientes primarios, concentrados exclusivamente en la guerra, y están interesados por otros temas en sus relaciones recíprocas. De ahí la probabilidad de que, en un determinado momento, consideren que redunda en su propio interés el detener la lucha. Puesto que han acudido a respaldar a su pariente, tienen influencia sobre él. Así, quienes apoyan están cualificados para convertirse en quienes moderen y detengan.

La apertura a la reconciliación y a una resolución del conflicto aceptable para ambas partes varía en función del nivel y la distancia del implicado respecto al frente de batalla. Las relaciones en el nivel primario entre Estados y grupos de diferentes civilizaciones son más íntimas, intensas y hostiles que las relaciones más distantes y desinteresadas entre los principales Estados a nivel mundial. Los interlocutores de tercer nivel con frecuencia son Estados centrales que tienen interés en poner orden dentro de sus propias civilizaciones y en negociar para que ese orden exista también entre unas civilizaciones y otras. Así, las guerras sin interlocutores secundarios o terciarios tienen menos probabilidades de extenderse que otras, pero son más difíciles de detener, ya que son guerras entre grupos de civilizaciones carentes de Estados centrales.

Además, las guerras de línea de fractura que llevan aparejadas una sublevación dentro de un Estado establecido y esa carencia de grupos de respaldo significativos plantean problemas especiales. Si la guerra continúa por algún tiempo, las exigencias de los insurgentes se incrementan, pasando de alguna forma de la autonomía a la independencia completa, cosa que el gobierno rechaza. Habitualmente, el gobierno exige que los insurgentes abandonen las armas como primer paso hacia el cese de la lucha, a lo cual los insurgentes se niegan. El gobierno, también de forma bastante normal, se resiste a la intervención de extranjeros en lo que considera un problema puramente interno que afecta a «elementos criminales». Al definirlo como un asunto interno, da además a los otros Estados una excusa para no intervenir, como ha sido el caso de las potencias occidentales a propósito de Chechenia.

Los problemas se agravan cuando las civilizaciones implicadas carecen de Estados centrales. La guerra de Sudán, por ejemplo, que comenzó en 1956, fue detenida en 1972, cuando ambos bandos estaban exhaustos y el Consejo Mundial de las Iglesias y el Consejo Panafricano de las Iglesias, en un logro prácticamente único para unas organizaciones internacionales no gubernamentales, negociaron con éxito el acuerdo de Addis Abeba, que proporcionaba autonomía al sur de Sudán. Sin embargo, una década después el gobierno abrogó el acuerdo, se reanudó la guerra, los objetivos de los insurgentes aumentaron, la postura del gobierno se endureció, y los esfuerzos para negociar otra interrupción fracasaron. Ni el mundo árabe ni África tenían Estados centrales con el interés y la influencia para presionar a los contendientes. Los esfuerzos de mediación de Jimmy Carter y diversos líderes africanos no tuvieron éxito, ni tampoco los esfuerzos de un comité de Estados de África Oriental formado por Kenia, Eritrea, Uganda y Etiopía. Los Estados Unidos, cuyas relaciones con Sudán son de profundo antagonismo, no podían actuar directamente; ni podían pedir a Irán, Irak o Libia, que mantienen estrechas relaciones con Sudán, que desempeñaran papeles relevantes; de ahí que se vieran obligados a recurrir al apoyo de Arabia Saudí, pero la influencia saudí sobre Sudán era también limitada.56

En general, las negociaciones de alto el fuego avanzan en la medida en que hay una implicación relativamente paralela e igual de interlocutores secundarios y terciarios por ambos lados. Sin embargo, en algunas circunstancias un único Estado núcleo puede ser lo bastante poderoso para provocar una interrupción. En 1992, la Conferencia para la Seguridad y para la Cooperación en Europa (CSCE) intentó mediar en la guerra armenio-azerbaiyana. Se creó un comité, el grupo de Minsk, que incluía a los implicados primarios, secundarios y terciarios en el conflicto (armenios de Nagorno-Karabaj, Armenia, Azerbaiyán, Rusia, Turquía), más Francia, Alemania, Italia, Suecia, República Checa, Bielorrusia y los Estados Unidos. Aparte de los Estados Unidos, con importantes diásporas armenias, estos últimos países tenían poco interés y poca o ninguna capacidad para conseguir poner fin a la guerra. Cuando los dos interlocutores terciarios, Rusia y Turquía, más los Estados Unidos, acordaron un plan, éste fue rechazado por los armenios de Nagorno-Karabaj. Sin embargo, Rusia patrocinó de forma independiente una larga serie de negociaciones en Moscú entre Armenia y Azerbaiyán que «crearon una alternativa al grupo de Minsk, y... así hicieron inútil el esfuerzo de la comunidad internacional».57 Al final, después de que los contendientes primarios habían quedado exhaustos, y los rusos habían asegurado el respaldo de Irán a las negociaciones, el esfuerzo ruso consiguió un acuerdo de alto el fuego. Como interlocutores secundarios, Rusia e Irán cooperaron además, con éxito intermitente, en los intentos de acordar un alto el fuego en Tadzjikistán.

Rusia será una presencia permanente en Transcaucasia y podrá hacer cumplir el alto el fuego que patrocinó mientras tenga interés en hacerlo. Esto contrasta con la situación de los Estados Unidos con respecto a Bosnia. Los acuerdos de Dayton se apoyaron en propuestas que habían sido formuladas por el grupo de contacto de los Estados centrales interesados (Alemania, Gran Bretaña, Francia, Rusia y los Estados Unidos), pero ninguno de los demás países terciarios participó de manera directa en la elaboración del acuerdo final, y dos de los tres contendientes primarios de la guerra estuvieron marginados de las negociaciones. El cumplimiento de los acuerdos depende de una fuerza de la OTAN dominada por los estadounidenses. Si los Estados Unidos retiran sus tropas de Bosnia, ni las potencias europeas ni Rusia tendrán motivos para continuar haciendo efectivo el acuerdo; el gobierno bosnio, los serbios y los croatas tendrán muchos motivos para reanudar la lucha una vez que se hayan refrescado; y los gobiernos serbio y croata tendrán la tentación de aprovechar la oportunidad para realizar sus sueños de una Gran Serbia y una Gran Croacia.

Robert Putnam ha destacado hasta qué punto las negociaciones entre Estados son «estrategias a dos niveles», en las que los diplomáticos negocian simultáneamente con colectivos dentro de su país y con sus homólogos del otro país. En un análisis paralelo, Huntington demostró cómo los reformadores de un gobierno autoritario, al negociar una transición a la democracia con moderados de la oposición, deben negociar también con los partidarios de la línea dura dentro del gobierno (o contrarrestarlos), mientras que los moderados deben hacer lo mismo con los radicales de la oposición.58 Estas estrategias a dos niveles suponen como mínimo cuatro grupos y al menos tres contactos, y con frecuencia cuatro, entre ellos. Sin embargo, una guerra compleja de línea de fractura implica una estrategia a tres niveles, con un mínimo de seis grupos y al menos siete contactos entre ellos (véase la figura 11.1). Existen contactos horizontales entre ambos lados de las líneas divisorias, de pares de grupos primarios, secundarios y terciarios. Existen contactos verticales entre los grupos de diferentes niveles dentro de cada civilización. Así, conseguir una interrupción de la lucha en una guerra «modelo» es probable que exija:

• implicación activa de interlocutores secundarios y terciarios;

• negociación por parte de los implicados terciarios de los términos generales para detener los combates;

• uso por parte de los implicados terciarios de promesas y amenazas para conseguir que los actores secundarios acepten tales términos y presionen a los contendientes primarios para que hagan lo mismo;

• retirada del apoyo y, en realidad, traición a los contendientes primarios por parte de los implicados secundarios; y

• como resultado de esta presión, la aceptación de los términos por parte de los contendientes primarios, que, por supuesto, los subvierten cuando consideran que ello redunda en su propio interés.

El proceso de paz bosnio incluía todos estos elementos. Los esfuerzos de actores individuales, los Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea, para lograr un acuerdo fueron un rotundo fracaso. Las potencias occidentales eran reticentes a incluir a Rusia como participante de pleno derecho en el proceso. Los rusos protestaron enérgicamente por su exclusión, sosteniendo que tenían vínculos históricos con los serbios y, además, intereses más directos en los Balcanes que ninguna otra de las principales potencias. Rusia insistió en participar plenamente en los esfuerzos por resolver los conflictos y condenó enérgicamente la «tendencia por parte de los Estados Unidos a imponer sus propias reglas». La necesidad de incluir a los rusos quedó clara en febrero de 1994. Sin consultar a Rusia, la OTAN lanzó un ultimátum a los serbo-bosnios para que retiraran sus armas pesadas de los alrededores de Sarajevo o arrostraran ataques aéreos. Los serbios se opusieron a esta exigencia, y se vislumbró la posibilidad de que se produjera un enfrentamiento violento con la OTAN. Yeltsin advirtió: «Algunos están intentando resolver la cuestión bosnia sin la participación de Rusia», y «No lo permitiremos». El gobierno ruso tomó entonces la iniciativa y persuadió a los serbios para que retiraran sus armas si Rusia desplegaba tropas de pacificación en la zona de Sarajevo. Este éxito diplomático impidió una intensificación de la violencia, demostró a Occidente la influencia rusa con los serbios y llevó tropas rusas al corazón de la zona disputada entre musulmanes y serbios de Bosnia.59 Mediante esta maniobra, Rusia dejó eficazmente sentada su exigencia de «asociación igualitaria» con Occidente en la negociación con Bosnia.

Sin embargo, en abril la OTAN autorizó de nuevo el bombardeo de posiciones serbias sin consultar a Rusia. El hecho produjo una inmensa reacción negativa en todo el abanico político ruso y reforzó la oposición nacionalista a Yeltsin y Kozyrev. Inmediatamente después, las potencias terciarias relacionadas con el caso —Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia y los Estados Unidos— formaron el grupo de contacto para encontrar una solución. En junio de 1994, el grupo ideó un plan que asignaba el 51 % de Bosnia a una federación croato-musulmana, y el 49 % a los serbobosnios. Dicho plan se convirtió en la base del posterior acuerdo de Dayton. Al año siguiente fue necesario elaborar un plan para la participación de tropas rusas en el cumplimiento de los acuerdos de Dayton.

Los acuerdos entre los interlocutores terciarios tienen que ser aceptables para los actores secundarios y primarios. Los estadounidenses, como decía el diplomático ruso Vitaly Churkin, deben presionar a los bosnios, los alemanes a los croatas, y los rusos a los serbios.60 En los primeros estadios de las guerras yugoslavas, Rusia había hecho una concesión de suma importancia al dar su aprobación a sanciones económicas contra Serbia. Como país emparentado en el que los serbios podían confiar, Rusia también fue capaz a veces de imponer restricciones a los serbios y de presionarles para que aceptaran compromisos que de otro modo habrían rechazado. En 1995, por ejemplo, Rusia y Grecia intercedieron juntas ante los serbo-bosnios para asegurar la liberación de los soldados de pacificación holandeses que éstos retenían como rehenes. Sin embargo, a veces los serbo-bosnios no cumplían los acuerdos que habían aceptado bajo presión rusa y con ello ponían en un aprieto a Rusia por no ser capaz de controlar a sus parientes. En abril de 1994, por ejemplo, Rusia garantizó el acuerdo de los serbo-bosnios que pondría fin a su ataque contra Gorazde, pero los serbios después rompieron dicho acuerdo. Los rusos se enfurecieron: los serbo-bosnios se han «vuelto fanáticos de la guerra», declaró un diplomático ruso; Yeltsin insistió en que «los líderes serbios deben cumplir el compromiso que han contraído con Rusia»; y Rusia retiró sus reparos a los ataques aéreos de la OTAN.61

Al tiempo que apoyaban y reforzaban a Croacia, Alemania y otros Estados occidentales eran también capaces de moderar la conducta croata. El presidente Tudjman estaba tremendamente deseoso de que su católico país fuera aceptado como europeo, y admitido en las organizaciones europeas. Las potencias occidentales explotaron, tanto el apoyo diplomático, económico y militar que proporcionaban a Croacia, como el deseo de los croatas de ser aceptados en el «club», para persuadir a Tudjman a que aceptara un compromiso en muchas cuestiones. En marzo de 1995, a Tudjman se le argumentó que si quería ser parte de Occidente tenía que permitir que la fuerza de protección de la ONU permaneciera en la Krajina. «Unirse a Occidente», decía un diplomático europeo, «es muy importante para Tudjman. No quiere quedarse solo con los serbios y los rusos.» Cuando sus tropas conquistaron territorio en la Krajina y otros lugares de población serbia, se le advirtió también que debía restringir la limpieza étnica, y que se abstuviera de extender su ofensiva a Eslavonia oriental. En otro orden de cosas, se dijo a los croatas que, si no aceptaban entrar en la federación con los musulmanes, «la puerta de Occidente quedaría cerrada para ellos definitivamente», como dijo un funcionario estadounidense.62 Como principal fuente exterior de apoyo financiero a Croacia, Alemania se encontraba en una posición particularmente ventajosa para influir en la conducta croata. La estrecha relación que los Estados Unidos establecieron con Croacia también ayudó a impedir, al menos durante 1995, que Tudjman cumpliera su deseo, expresado a menudo, de repartir Bosnia-Herzegovina entre Croacia y Serbia.

A diferencia de Rusia y Alemania, los Estados Unidos carecían de coincidencias culturales con su cliente bosnio y, por tanto, se encontraban en una posición débil para presionar a los musulmanes hacia el compromiso. Además, retórica aparte, los Estados Unidos sólo ayudaron a los bosnios cerrando los ojos a las violaciones del embargo de armas por parte de Irán y otros Estados musulmanes. Por consiguiente, los musulmanes bosnios se sintieron cada vez más agradecidos a la colectividad islámica más amplia, y cada vez más identificados con ella. Al mismo tiempo condenaron a los Estados Unidos por seguir un «rasero doble» y no repeler la agresión contra ellos como habían hecho en el caso de Kuwait. La adopción por parte de los bosnios de esta actitud de víctimas dificultó aún más el que los Estados Unidos les presionaran para llegar a un acuerdo. Así pudieron rechazar las propuestas de paz, incrementar poco a poco su poderío militar con ayuda de sus amigos musulmanes y, finalmente, tomar la iniciativa y recuperar una parte considerable del territorio que habían perdido.

La resistencia al compromiso es fuerte entre los implicados primarios. En la guerra transcaucásica, la ultranacionalista Federación Revolucionaria Armenia (Dashnak), que era muy fuerte en la diáspora armenia, dominó Nagorno-Karabaj, rechazó la propuesta de paz turco-ruso-estadounidense de mayo de 1993 aceptada por los gobiernos armenio y azerbaiyano, emprendió ofensivas militares que provocaron acusaciones de limpieza étnica, hizo aumentar las perspectivas de una guerra más amplia y empeoró sus relaciones con el gobierno armenio, más moderado. El éxito de la ofensiva de Nagorno-Karabaj causó problemas a Armenia, que deseaba mejorar sus relaciones con Turquía e Irán para aliviar la escasez de alimentos y energía debidos a la guerra y al bloqueo turco. «[C]uanto mejor van las cosas en Karabaj, más difícil es la situación para Yereván», comentaba un diplomático occidental.63 El presidente de Armenia, Levon Ter-Petrossian, como el presidente Yeltsin, tuvo que contrapesar las presiones de los nacionalistas en su asamblea legislativa con los intereses más amplios de política exterior en el acuerdo con otros Estados, y a finales de 1994 su gobierno declaró ilegal en Armenia el partido Dashnak.

Como los armenios de Nagorno-Karabaj, los serbios y croatas de Bosnia adoptaron posturas de línea dura. Como consecuencia de ello, cuando los gobiernos croata y serbio se vieron presionados para ayudar en el proceso de paz, surgieron problemas en sus relaciones con sus parientes bosnios. Con los croatas fueron menos graves, ya que los croato-bosnios aceptaron formalmente, aunque no en la práctica, entrar en la federación con los musulmanes. En cambio, el conflicto entre el presidente Milosevic y el líder serbo-bosnio Radovan Karadzic, espoleado por un antagonismo personal, se hizo intenso y público. En agosto de 1994, Karadzic rechazó el plan de paz que había sido aprobado por Milosevic. El gobierno serbio, deseoso de poner fin a las sanciones, anunció que iba a interrumpir todo comercio con los serbo-bosnios salvo el de alimentos y medicinas. A cambio, la ONU alivió sus sanciones a Serbia. Al año siguiente, Milosevic permitió que el ejército croata expulsara a los serbios de la Krajina, y que fuerzas croatas y musulmanas los hicieran retroceder en el noroeste de Bosnia. También acordó con Tudjman permitir la vuelta gradual a control croata de Eslavonia oriental, ocupada por los serbios. Con la aprobación de las grandes potencias, en realidad él «llevó» después a los serbo-bosnios a las negociaciones de Dayton, incorporándolos en su delegación.

Las acciones de Milosevic pusieron fin a las sanciones de la ONU contra Serbia. También le atrajeron la prudente aprobación de una comunidad internacional algo sorprendida. El belicista de 1992, nacionalista, agresivo, partidario de la limpieza étnica y de la Gran Serbia, se había convertido en el pacificador de 1995. Sin embargo, para muchos serbios se había convertido en un traidor. Fue condenado en Belgrado por nacionalistas serbios y por los líderes de la Iglesia ortodoxa, y fue acusado amargamente de traición por los serbios de la Krajina y de Bosnia. Con ello, por supuesto, reproducían exactamente las acusaciones que los colonos de Cisjordania lanzaban contra el gobierno israelí por su acuerdo con la OLP. La traición a los parientes es el precio de la paz en una guerra de línea de fractura.

El agotamiento por la guerra y los incentivos y presiones de los implicados terciarios obligan a cambios en los secundarios y primarios. O bien los moderados reemplazan en el poder a los extremistas, o bien los extremistas, como Milosevic, descubren que hacerse moderado redunda en su propio interés. Sin embargo, esta transformación entraña cierto riesgo. Los considerados traidores suscitan un odio mucho más apasionado que los enemigos. Líderes de los musulmanes cachemires, de los chechenos y los cingaleses de Sri Lanka sufrieron el destino de Sadat y Rabin por traicionar la causa e intentar llegar a soluciones de compromiso con el archienemigo En 1914, un nacionalista serbio asesinó a un archiduque austríaco. En las circunstancias resultantes de Dayton, su objetivo más probable sería Slobodan Milosevic.

Un acuerdo para detener una guerra de línea de fractura tendrá éxito aunque sea de forma transitoria, en la medida en que traduzca el equilibrio local de poder entre los contendientes primarios y los intereses de los implicados terciarios y secundarios. La división de Bosnia en dos partes, 51 % - 49 %, no era viable en 1994, cuando los serbios controlaban el 70% del país; se hizo viable cuando las ofensivas croatas y musulmanas redujeron el control serbio a casi la mitad. El proceso de paz se vio ayudado también por la limpieza étnica que tuvo lugar, ya que los serbios quedaron reducidos a menos de un 3 % de la población de Croacia, y los miembros de los tres grupos se separaron violenta o voluntariamente en Bosnia. Además, los implicados secundarios y terciarios (estos últimos son a menudo los Estados centrales de las civilizaciones) necesitan tener verdaderos intereses de seguridad o colectivos en una guerra para patrocinar una solución viable. Solos, los contendientes primarios no pueden parar las guerras de línea de fractura. Detenerlas e impedir que se intensifiquen desembocando en guerras a escala mundial depende sobre todo de los intereses y actuaciones de los Estados centrales de las principales civilizaciones del mundo. Las guerras de línea de fractura bullen de abajo arriba, las paces de línea de fractura gotean de arriba abajo.

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