El Choque De Civilizaciones

Samuel P. Huntington

Capítulo 7

ESTADOS CENTRALES, CÍRCULOS CONCÉNTRICOS
Y ORDEN CIVILIZATORIO

Civilizaciones y orden

En la emergente política global, las dos superpotencias de la guerra fría están siendo sustituidas por los Estados centrales de las grandes civilizaciones como principales polos de atracción y repulsión para los demás países. Estos procesos son muy claramente visibles por lo que respecta a las civilizaciones occidental, ortodoxa y sínica. En estos casos, los agrupamientos por civilizaciones que están emergiendo comprenden Estados centrales, Estados miembros, poblaciones minoritarias de cultura semejante en Estados colindantes y, cosa más discutible, pueblos vecinos culturalmente distintos, a los que los Estados centrales desean dominar por razones de seguridad. En esos bloques determinados por las civilizaciones, los Estados a menudo tienden a distribuirse en círculos concéntricos en torno al Estado o Estados centrales, traduciendo de ese modo su grado de identificación con dicho bloque y su integración en él. Carente de un Estado central reconocido, el islam está intensificando su conciencia común, pero hasta ahora sólo ha desarrollado una rudimentaria estructura política común.

Los países tienden a unirse al carro de países de cultura similar y a contrapesar a los países con los que no tienen coincidencias culturales. Esto es particularmente cierto con respecto a los Estados centrales. Su poder atrae a quienes son culturalmente semejantes y repele a quienes son culturalmente diferentes. Por razones de seguridad, los Estados centrales pueden intentar incorporar o dominar algunos pueblos de otras civilizaciones que, a su vez, intentan resistir o escapar a tal control (China frente a tibetanos y uigures; Rusia frente a tártaros, chechenos, musulmanes de Asia Central). Además, las relaciones históricas y las consideraciones de equilibrio de poder llevan a algunos países a resistir a la influencia de su Estado núcleo. Tanto Georgia como Rusia son países ortodoxos, pero, a lo largo de la historia, los georgianos se han resistido a la dominación rusa y a una asociación estrecha con Rusia. Vietnam y China son países confucianos los dos, sin embargo entre ellos ha existido un tipo parecido de enemistad histórica. No obstante, con el tiempo, es probable que los elementos culturales comunes y el desarrollo de una conciencia de civilización más amplia y fuerte reconcilien a estos países, lo mismo que se han reconciliado los países de Europa Occidental.

Durante la guerra fría, el orden existente era el resultado del dominio que las superpotencias ejercían sobre sus dos bloques y de la influencia de las superpotencias en el Tercer Mundo. En el mundo que está surgiendo, una potencia global es algo obsoleto, y una colectividad universal, un sueño lejano. Ningún país, ni siquiera los Estados Unidos, tiene intereses de seguridad importantes a escala planetaria. En el mundo actual, más complejo y heterogéneo, los componentes del orden se encuentran dentro de las civilizaciones y entre ellas. El mundo, o se ordenará de acuerdo con las civilizaciones o no tendrá orden alguno. En este mundo, los Estados centrales de las civilizaciones ocupan el puesto de las superpotencias. Son fuentes de orden dentro de las civilizaciones y, mediante negociaciones con otros Estados centrales, también entre las civilizaciones.

Un mundo en el que los Estados centrales desempeñan un papel principal o dominante es un mundo de esferas de influencia. Pero es también un mundo en el que el ejercicio de la influencia por parte del Estado central queda atemperado y moderado por la cultura común que comparte con los Estados miembros de su civilización. Los elementos culturales comunes legitiman el liderazgo y el papel ordenador del Estado central tanto para los Estados miembros como para las potencias e instituciones exteriores. En 1994, sin embargo, el entonces secretario general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, promulgó una norma de «mantenimiento de la esfera de influencia» según la cual la potencia regional dominante no debía proporcionar más de un tercio de las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU. Tal norma niega la realidad geopolítica de que, en cualquier región dada donde hay un Estado dominante, la paz sólo se puede conseguir y mantener a través del liderazgo de ese Estado. Las Naciones Unidas no son una alternativa al poder regional, y dicho poder regional se convierte en responsable y legítimo cuando lo ejercen los Estados centrales en relación con otros miembros de su civilización.

Un Estado central puede realizar su función ordenadora gracias a que los demás Estados lo consideran su pariente cultural. Una civilización es una familia extensa y, como los miembros más viejos de una familia, los Estados centrales proporcionan a sus parientes tanto apoyo como disciplina. Si falta ese parentesco, la capacidad de un Estado más poderoso para resolver conflictos e imponer orden en su región es limitada. Paquistán, Bangladesh e incluso Sri Lanka no aceptarán a la India como suministrador de orden en el sur de Asia, y ningún otro Estado asiático oriental aceptará que Japón desempeñe esa función en el este asiático.

Cuando las civilizaciones carecen de Estados centrales, los problemas que conlleva poner orden dentro de las civilizaciones o negociar el orden entre civilizaciones se hacen más difíciles. La ausencia de un Estado central islámico que se pudiera relacionar con los bosnios de forma legítima y con autoridad, como Rusia con los serbios y Alemania con los croatas, impulsó a los Estados Unidos a intentar asumir ese papel. Su ineficacia al desempeñarlo se debió al nulo interés estratégico que tenía para los estadounidenses el lugar concreto en que fueran trazadas las fronteras estatales en la antigua Yugoslavia, a la ausencia de toda conexión cultural entre los Estados Unidos y Bosnia, y a la oposición europea a la creación de un Estado musulmán en Europa. Así mismo, ante la ausencia de un Estado central latinoamericano, a los Estados Unidos no les quedó otro remedio que llevar el peso de la negociación con Haití, pero, a su vez, los países latinoamericanos criticaron las actividades estadounidenses en este país por ser las de un intermediario externo a la civilización. La ausencia de Estados centrales tanto en África como en el mundo árabe ha complicado enormemente los esfuerzos por resolver la guerra civil en curso en Sudán. Allí donde existen, en cambio, los Estados centrales son los elementos nucleares del nuevo orden internacional basado en las civilizaciones.

Delimitando occidente

Durante la guerra fría, los Estados Unidos estaban en el centro de un agrupamiento amplio y diverso de países pluricivilizatorios que compartían el objetivo de impedir una mayor expansión de la Unión Soviética. Este agrupamiento, conocido de varias formas («mundo libre», «Occidente» o los «aliados»), incluía a muchas sociedades occidentales (aunque no todas), Turquía, Grecia, Japón, Corea, Filipinas, Israel y, menos estrictamente, a otros países como Taiwán, Tailandia y Paquistán. Tenía como rival un agrupamiento de países de heterogeneidad sólo ligeramente menor, que incluía a todos los países ortodoxos excepto Grecia, varios países que históricamente eran occidentales, Vietnam, Cuba y, en menor medida, la India, y a veces uno o más países africanos. Con el fin de la guerra fría, estos agrupamientos, en los que convergían culturas diversas y múltiples civilizaciones, se fragmentaron. La disolución del sistema soviético, particularmente la del Pacto de Varsovia, fue espectacular. Más lentamente, pero de modo semejante, el «Occidente» multicivilizatorio de la guerra fría se está remodelando como un nuevo agrupamiento que más o menos coincide en su extensión con la civilización occidental. Está en marcha un proceso de delimitación que lleva consigo la definición de los miembros de las organizaciones internacionales occidentales.

Los Estados centrales de la Unión Europea, Francia y Alemania, están rodeados en primer lugar por un agrupamiento interno formado por Bélgica, Holanda y Luxemburgo, países todos ellos que han acordado eliminar todas las barreras al tránsito de bienes y personas; después, otros países miembros como Italia, España, Portugal, Dinamarca, Gran Bretaña, Irlanda y Grecia; los Estados que se adhirieron en 1995 (Austria, Finlandia, Suecia); y, por último, los países que en esa fecha disponían de acuerdos de asociación (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania). Haciéndose eco de esta realidad, en el otoño de 1994, el partido gobernante en Alemania y funcionarios franceses de alto rango avanzaron propuestas para una Unión diferenciada. El plan alemán proponía que el «núcleo duro» lo constituyeran los miembros originales menos Italia, y que «Alemania y Francia formaran el núcleo de ese núcleo duro». Los países del núcleo duro intentarían establecer rápidamente una unión monetaria e integrar sus políticas exteriores y de defensa. Casi simultáneamente, el Primer ministro francés Edouard Balladur sugirió una Unión con tres círculos: un núcleo formado por los cinco Estados partidarios de la integración, un segundo círculo compuesto por los otros miembros actuales y un círculo exterior constituido por los nuevos Estados en vías de convertirse en miembros. Posteriormente, el ministro de Asuntos Exteriores francés Alain Juppé expuso detalladamente esta idea abogando por «un círculo exterior de Estados "socios" que incluiría Europa Oriental y Central; un círculo intermedio de Estados miembros que requeriría aceptar disciplinas comunes en ciertos campos (mercado único, unión aduanera, etc.); y varios círculos internos de "solidaridades reforzadas", que incorporarían a quienes quisieran y pudieran moverse más rápido que los demás en áreas tales como defensa, integración monetaria, política exterior, etcétera».1 Otros líderes políticos propusieron otros tipos de ordenamientos, si bien todos ellos contenían un agrupamiento interior de Estados asociados más estrechamente y después agrupaciones de Estados más extensos menos plenamente integrados con el Estado central, hasta llegar a la línea que separa a los miembros de los no miembros.

Determinar el trazado de esa línea de fractura en Europa ha sido uno de los principales problemas que ha debido afrontar Occidente en el mundo de posguerra fría. Durante la guerra fría, Europa como un todo no existía. Con el hundimiento del comunismo, sin embargo, se hizo necesario afrontar y contestar a la pregunta «¿Qué es Europa?». Las fronteras de Europa al norte, oeste y sur están delimitadas por importantes extensiones de agua, que al sur coinciden con claras diferencias de cultura. Pero, ¿dónde está la frontera oriental de Europa? ¿A quiénes se debe considerar europeos y, por tanto, miembros potenciales de la Unión Europea, la OTAN y organizaciones parecidas?

La respuesta más convincente y generalizada a estas preguntas la proporciona la gran línea histórica que durante siglos ha separado a los pueblos cristianos occidentales de los pueblos musulmanes y ortodoxos. La existencia de esta línea se remonta a la división del imperio romano en el siglo iv y a la creación del Sacro Imperio Romano en el x. Ha estado aproximadamente en su lugar actual durante al menos quinientos años. Empezando en el norte, corre a lo largo de lo que ahora son las fronteras entre Finlandia y Rusia y los Estados bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) y Rusia, atraviesa Bielorrusia Occidental, cruza Ucrania separando el oeste uniata del este ortodoxo, pasa por Rumania entre Transilvania, con su población húngara católica, y el resto del país, y a través de la antigua Yugoslavia siguiendo la frontera que separa Eslovenia y Croacia de las demás repúblicas. En los Balcanes, por supuesto, esta línea coincide con la división histórica entre los imperios austrohúngaro y otomano. Es la frontera cultural de Europa y en el mundo de posguerra fría es también la frontera política y económica de Europa y Occidente.

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