En el centro de una sala blanca, fría y aséptica, el rey Pedro El Grande (III en Aragón y II en Barcelona, el poderoso monarca que plantó cara a su padre Jaime I, desafió a un Papa y envió de regreso a casa a los franceses en Sicilia y los Pirineos) reposa sobre un lecho de espuma, con el rostro vuelto hacia la izquierda como escondiendo la cara. Pero a la vista de todos están los restos de piel que cuelgan del cráneo, los muñones en lugar de pies, los hongos y la masa oscura que llena su abdomen [….]